jueves, 23 de diciembre de 2010

Los lugares de este MMX

Ahora que está a punto de acabarse el 2010, un pequeño recorrido por los lugares que esta bitácora ha visitado durante este año. En algunos de ellos, en otros tiempos, se celebró la Navidad, en otros quizás nunca se haya celebrado y en algunos aún se sigue celebrando, aunque sea en fechas distintas a las nuestras.

- Las casas del Pont Notre-Dame

 

- Centralia, el pueblo que quema bajo los pies


- La fortaleza natural de Monemvassia
 

- La casa Malin, un OVNI sobre Mulholland Drive 


- Y las islas Saint Kilda se quedaron solas

 

- Bermeja, la isla que México perdió en los mapas


¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!
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domingo, 19 de diciembre de 2010

Rafael Guastavino, el arquitecto valenciano que conquistó los techos de Nueva York

Cuando Guastavino puso rumbo a Nueva York, es difícil que pudiera imaginarse el éxito que allí le esperaba. En Estados Unidos, llegaría a colaborar con algunos de los más conocidos arquitectos de la época en la construcción de no menos de 1.000 edificios, desde capitolios, pasando por bibliotecas, catedrales o estaciones de metro. Todos ellos incorporarían alguna de sus bóvedas o cúpulas tabicadas. Una técnica popular en Cataluña, pero totalmente desconocida en Estados Unidos hasta su llegada.

Rafael Guastavino Moreno (1842-1908)

Nacido en Valencia en 1842, hasta los 16 años es educado en las artes, pero a esa edad comienza a interesarse por la arquitectura y en 1861 se muda a Barcelona para inscribirse en su Escuela Especial de Maestro de Obras. En 1868, tres años después de haber finalizado sus estudios, plantea el primero de sus grandes proyectos, la Fábrica Textil Batlló, en Barcelona. Una vez construida, la espectacularidad de la sala de telares con sus bóvedas tabicadas, o catalanas, apoyadas sobre columnas metálicas causa gran sensación.

Esas bóvedas acabarán convirtiéndose en la base de lo que más tarde sería conocido como la construcción cohesiva” de Guastavino. Un tipo de construcción que al requerir menos material y no necesitar encofrados durante su construcción resultaba económico y, además, era resistente al fuego, por lo que resulta muy adecuado para una Cataluña que se encuentra inmersa en una vorágine constructora de fábricas.

Tras el éxito de la Fábrica Batlló, son varios los empresarios que se interesaran por el arquitecto valenciano y le encargaran otras construcciones. Aunque no menos importante es el impacto que tiene entre sus compañeros de profesión, siendo muchos los que, a raíz de la construcción de la Fábrica Batlló, cambian la visión que tenían sobre la bóveda tabicada.

Se trata de una técnica centenaria para la construcción bóvedas mediante la colocación sucesiva de varias capas de ladrillos, unas encima de las otras. Los ladrillos de las diferentes capas se colocan por la cara de mayor superficie orientada hacia el espacio a cubrir y cuando se concluye una capa, mediante mortero se coloca la siguiente con un cierto esviaje respecto de la anterior, de manera que sus juntas no coincidan y así la estructura tenga una mayor resistencia. Una sola capa no aguantaría el peso, pero es la unión de varias de ellas, 2 o 3 en función de la envergadura de la bóveda o cúpula, lo que confiere a la estructura la resistencia necesaria, aun manteniendo su ligereza.

Teatro La Massa, Vilassar de Dalt (Barcelona)

Durante la construcción, en función de la amplitud del espacio a cubrir, era necesaria una cimbra deslizable de madera sobre la que colocar la primera capa de la bóveda y que, a su vez, servía para controlar la geometría, pero, en ocasiones, debido al rápido fraguado del mortero de cal o yeso, y la ligereza de los ladrillos, ni tan siquiera eso, lo que aún permitía construir con mayor rapidez, siempre que la habilidad de los albañiles lo permitiera.

La técnica parece haber llegado a la Península desde Italia durante el Renacimiento, y llegó a alcanzar gran popularidad en Madrid, donde durante el siglo XVIII comenzó a caer en desuso porque su delgadez hizo que comenzaran a ser vistas como inseguras. En Cataluña, sin embargo, donde la técnica se había utilizado para cubrir los techos de las plantas bajas de masías y también en algunos tipos de casa más urbanos, su popularidad se había mantenido.

Guastavino de pie sobre uno de sus arcos de ladrillo colocado sólo unos días antes | Boston Public Library

Bóvedas de la Biblioteca de Boston durante su construcción | Boston Public Library

En 1876, el éxito alcanzado en Barcelona, empuja a Guastavino a presentar un estudio sobre la “Mejora de la salubridad de las ciudades industriales” en la Exposición del Centenario de Filadelfia en el que destaca ampliamente las bondades de su sistema resistente al fuego para los procesos de rápido crecimiento propios de las ciudades industriales. El estudio de Guastavino recibe una cálida acogida y recibe la “Medalla al Mérito”.

Muy probablemente, este éxito es el que le anima a que cinco años más tarde, con 39 años de edad a arriesgarlo todo, abandonando su acomodada y prestigiosa posición en Barcelona y se muda a Nueva York. Ese mismo año, se inaugura otra de sus grandes obras, el Teatro La Massa en Vilassar de Dalt (Barcelona), que destaca por su impresionante bóveda de 17 metros de diámetro, 3.5 metros de flecha y un óculo central de 4 metros de diámetro.

Aunque el éxito en la Exposición de Filadelfia parece que no fue la única motivación. La posibilidad de tener acceso a materiales de mayor calidad que podrían contribuir al perfeccionamiento de su técnica, como el cemento Portland parece que tuvo un peso importante. Si bien, una vez llegado a Estados Unidos, descubrirá que allí lo que le resulta difícil de encontrar son ladrillos adecuados para sus bóvedas por lo que se verá obligado a importarlos de España hasta que él mismo los comienza a producir en su propia fábrica en Massachusetts.

Prueba de carga

Patente de una escalera resistente al fuego (1886)

Patente de una cúpula tabicada (1910)

Por último, tampoco se pueden descartar motivaciones personales ya que su mujer y sus hijos hacía unos años que habían emigrado a Argentina, por lo que Rafael se muda a Nueva York con su hijo, de 9 años, y su ama de llaves.

La situación que vive la ciudad de Nueva York es ideal para su método constructivo. Una ciudad que está inmersa en un proceso de sustitución de antiguas técnicas de construcción basadas en la combustible madera por otras que emplean nuevos materiales. También resulta decisivo la creciente aceptación del corrienteBeaux Arts impulsado por la Escuela de Chicago, un estilo arquitectónico que encajaba a la perfección con sus bóvedas catalanas.

Sin embargo, los comienzos para Guastavino no resultan fáciles. Llega con poco dinero, carece de contactos y su dominio del inglés no es el suficiente, por lo que su primera idea de forjarse una carrera como arquitecto se complica. Pese a todo, gana algunos concursos arquitectónicos y construye algunos edificios de viviendas en los que ya aplica la técnica de la bóveda catalana.

Rafael Guastavino Esposito (1872-1950)

Pero, pese a todo, Guastavino comienza a proteger con las primeras patentes de su sistema constructivo en las que remarca su “resistencia al fuego”, en un claro intento de capitalizar la preocupación existente en el país por los incendios en las grandes ciudades, no en vano el del Gran Incendio de Chicago de 1871 estaba aún demasiado presente en la memoria colectiva. En 1885, patenta su método para la “Construcción de edificios resistentes al fuego” y más tarde, ese mismo año, el “Sistema de arco de azulejo”, una técnica para construir arcos y bóvedas mediante el uso de azulejos y ladrillos entrelazados. Un año más tarde, patenta una escalera “a prueba de incendios” basada en la tradicional escalera abovedada catalana.

A estas primeras patentes le seguirán muchas otras y con el tiempo entre él y su hijo llegarán a acumular más de 24 patentes distintas, sobre materiales, morteros, refuerzos metálicos y los propios procesos constructivos que van desde la construcción de bóvedas tabicadas a las bovedillas para forjados.

Pero, ¿era realmente un método propio de los Guastavino o, simplemente, se limitaron a patentar en Estados Unidos un método constructivo que era de sobras conocido en España?

El propio Guastavino en su manual sobre construcción cohesiva trata de responder a esta cuestión y, si bien reconocía que el arco tabicado “no es totalmente nuevo”, lamentaba que su uso se había ido desvaneciendo gradualmente durante el siglo XIX y ya no era usado habitualmente en España. Sin embargo, parece que esta afirmación no es del todo cierta, y las bóvedas tabicadas eran bastante conocidas en Barcelona, más de lo que el propio Guastavino gustaba reconocer.

Oyster Bar, Grand Central Station, NYC | Low-tech Magazine

Bóvedas del Bridgemarket debajo del Queensboro Bridge, Nueva York


Por un lado, los términos “bóveda catalana” o “bóveda tabicada” aparecen habitualmente en los periódicos barceloneses de la época, por lo cual parece fácil creer que se trataba de un concepto ampliamente conocido. Por otro, Ramon Gumà en su tesis doctoral sobre fábricas textiles en Cataluña, demuestra que en la década de 1840, mucho antes de la construcción de la Fábrica Batlló, algunas de ellas ya incorporan bóvedas catalanas.

Sin embargo, parece fuera de toda duda que Guastavino, padre e hijo, llevaron la bóveda catalana hasta un nivel de desarrollo al que no había llegado antes, y esto fue posible, en parte gracias a las mejoras que ellos mismos habían incluido. Mejoras que pasaban por la incorporación de nuevos materiales, innovaciones estructurales y nuevas técnicas de construcción.

Entre las innovaciones estructurales destaca la incorporación de refuerzos metálicos entre las diferentes capas de ladrillo. La bóveda así construida es más resistente que la tradicional, pero mantiene aún la ventaja de no requerir de encofrados para su construcción, como sí sucede con las de hormigón armado. En cuanto a los nuevos materiales, muchos expertos consideran crítico para el éxito de Guastavino la sustitución del tradicional mortero de cal por el cemento Portland, mucho más resistente.

Con las escaleras sucede algo parecido a lo que ocurre con las bóvedas. Desde hace bastante tiempo la mayoría de escaleras de los edificios que se construyen en la ciudad de Barcelona siguen el modelo de escalera tabicada, en la que se basa la escalera “a prueba de incendios” de Guastavino, pero el arquitecto valenciano particulariza esta técnica incorporando varias piezas metálicas en su construcción para reforzar el arco y detalla cómo deben der ser las uniones de los ladrillos para mejorar la cohesión de la estructura.

Biblioteca del edificio New York State Education en Albany

Bóveda de la Union Station en Pittsburg

Por lo demás, la técnica de construcción de los Guastavino no difería en exceso de la tradicional a excepción de estas particularidades y mejoras. Guastavino empleaba ladrillos de terracota de tamaño estándar con un grosor de algo menos de una pulgada (2.54cm) y una base de 15cm por 30cm. Los ladrillos eran moldeados en grupos de 6, de acuerdo con un método patentado por los Guastavino que facilitaba su separación después de la cocción. En función del proyecto, podían o no tener un acabado vidriado. Los no vidriados eran ásperos, lo que les confería un aspecto más basto, pero esa aspereza también les permitía ofrecer una mayor adherencia.

En el caso de las cúpulas, los ladrillos se colocaban formando círculos concéntricos. El número de capas venía determinado por su envergadura, pero rara vez superaba las seis en los tramos más exteriores y las tres en su corona. El proceso Guastavino era sencillo; pero los resultados, espectaculares. En la bóvedas, el primer tramo de ladrillo se colocaba con ayuda de una guía de madera y mortero. Después de colocar la primera capa se colocaban las siguientes sobre la anterior poniendo una capa de cemento Portland, formando sus juntas un ángulo de 45 grados con las de la capa inferior.

Pero Guastavino era consciente que aparte de patentes, para triunfar, tenía que ganarse la confianza de los arquitectos y para ello era necesario demostrar la seguridad de aquellas bóvedas y arcos extremadamente delgados. La primera oportunidad le llegó en 1885, cuando participó en el concurso para la construcción del edificio del Arion Club. Guastavino no ganó, pero el ganador utilizó el sistema bóvedas tabicadas que el arquitecto español había propuesto. Lo mismo sucede con la construcción de la Biblioteca Pública de Boston en 1889.

La intención del arquitecto que ganó el concurso, Charles McKim, era emplear perfiles de hierro. De hecho, los perfiles ya estaban comprados, cuando Guastavino le ofreció construir los techos del edificio empleando su sistema y sin coste alguno. El arquitecto valenciano convirtió la biblioteca en un privilegiado escaparate para su obra y decidió usar siete modelos diferentes de bóveda en su construcción.

Hall de la Recepción de Ellis Island (1917), de 17 metros de altura, fueron necesarios 28.8832 ladrillos para su construcción | Matthew J. Kirby

Algunas de las cúpulas construidas por la Guastavino Co

La Biblioteca de Boston supuso el definitivo despegue de Guastavino y de la bóveda catalana en los Estados Unidos. Como prueba de ello y a raíz de su construcción, Guastavino ofreció dos conferencias en las Sociedad de las Artes del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Un par de años antes, un profesor del mismo instituto había llevado a cabo una prueba de carga y hecho una tabla de cálculos de la misma. También, resultó decisivo el apoyo que Guastavino recibe de McKim, el arquitecto de la biblioteca, en el que muestra su “entera confianza en el sistema Guastavino”.

En 1889, no habían pasado todavía 10 años de su llegada a Estados Unidos, aprovechando que el sistema de bóveda tabicada ya se encuentra totalmente asentado, Guastavino funda la Guastavino Fireproof Construction Company. Guastavino tuvo la suerte de encontrar el socio ideal, William E. Blodgett, que se encargaría de la gestión de la empresa mientras Guastavino se centraría en los aspectos técnicos y de marketing.

A partir de ese momento, Guastavino abandona su faceta como arquitecto y pasa a centrarse en la contratista de obras, especialmente de bóvedas y cúpulas. Su hijo, Rafael, comienza a trabajar en la empresa y va adquiriendo poco a poco los conocimientos de su padre con el que colaborará activamente en la introducción de nuevas mejoras del sistema.

En Nueva York, los Guastavino llegarán a participar en la construcción de unos 360 edificios. Entre los que destacan la estación Grand Central o la espectacular cúpula de la Catedral de Saint John the Divine. Sus 30 metros de diámetro y 40 metros de altura la convertirían en la mayor de todas las cúpulas que los Guastavino habían construido y construirían, por lo que, sin duda, esta obra supuso todo un desafío para su sistema. Para hacerse con el proyecto resultó decisivo el precio que la Guastavino Company ofertó. Al no necesitar de encofrados durante la construcción, su precio fue muy inferior al del resto de ofertas. Sin olvidar, la elegante estación de metro de City Hall construida en 1900 y que tenía que convertirse en la joya de la red de metro de la ciudad.

Lejos de la Gran Manzana, destacar la bóveda de la Union Station en Pittburgh o su colaboración en la construcción de una bóveda en el Capitolio de Nebraska.

Los Guastavino utilizaban como tarjeta de presentación sus obras ya construidas y los estudios académicos, pero también acostumbraban a publicitar su sistema de construcción con numerosos artículos y anuncios en la prensa.




Estación abandonada del Metro de Nueva York, City Hall | John-Paul Palescandolo y Eric Kazmirek en HuffingtonPost.com |Más info sobre la estación en OvejasEléctricas.es

Con el tiempo, los Guastavino también exploraron las posibilidades que las bóvedas podían ofrecer en cuanto a ornamentación, como los acabados policromos o la cerámica vidriada, y sus propiedades acústicas. En este sentido, en 1911 idearon un nuevo tipo de ladrillo “Akoustolith”  que presentaba una gran capacidad de absorción del sonido. Más tarde, Guastavino hijo patentó varios tipos de yeso y consiguió otras 7 patentes relacionadas con la mejora acústica de sus construcciones, una de las cuales sobre el empleo de de bóvedas porticadas para evitar que los ruidos de un apartamento fueran transmitidos a los superiores.

Guastavino padre murió en 1908, pero la sociedad continuó de la mano de su hijo y del hijo Blodgett, que parece que se entendían tan bien como los padres, de hecho, es durante esta época que la compañía construirá algunas de sus obras más espectaculares.

Finalmente, en 1943, Guastavino hijo vende su parte de la empresa al hijo de Blodgett y se desvincula de ella. La empresa continuará casi 20 años más, hasta la muerte de Blodgett hijo en 1962, 12 años después de la de Guastavino hijo. La Guastavino Fireproof Construction Company, que había conseguido resistir la Gran Depresión, no pudo resistir el cambio de gustos estéticos ni la llegada de los nuevos materiales. Y el hormigón y el acero se acabaron imponiendo a la centenaria bóveda catalana. Entre Rafael padre y Rafael hijo, habían construido bóvedas tabicadas en más de un millar de edificios de Estados Unidos entre 1880 y 1940.

PS: El término “bóveda catalana” lo popularizo un madrileño en el siglo XVII, Fray Lorenzo de San Nicolás, maestro de obras en la Corte, en reconocimiento al buen oficio de los albañiles y maestros de obra catalanes que trabajaban en la capital.

Enlace permanente a Rafael Guastavino, el arquitecto valenciano que conquistó los techos de Nueva York

+posts:
- El prodigioso y desaparecido artificio que Juanelo construyó en Toledo
- Pozzo di San Patrizio, cuando el ingenio provee de agua
- El metro secreto de Nueva York

+info:
- Los Guastavino y la bóveda tabicada en Norteamérica (PDF) por John Ochsendorf 8
- Rafael Guastavino in en.wikipedia.org y es.wikipedia.org
- Las bóvedas tabicadas de Guastavino: forma y construcción (PDF) por Javier García-Gutiérrez Mosteiro
- Guastavino tile construction: an analysis of a modern cohesive construction technique (1992) by Ann Katharine Milkovich
- Bóveda catalana en es.wikipedia.org y ca.wikipedia.org
- Tiles as substitute for steel: the art of the timbrel vault in Low-tech Magazine
- Rafael Guastavino and the Boston Public Library (PDF) by Lisa J. Mroszczyk
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martes, 30 de noviembre de 2010

III

Hoy hace tres años que este blog echó a andar. Ha sido un año con menos historias, pero con la misma dedicación y entusiasmo. 32 posts con los que espero que hayáis disfrutado tanto como yo. De estos 32, unos 8 han sido gracias a vuestros “chivatazos”. ¡Muchas gracias! Las sugerencias son siempre bienvenidas, al igual que lo son los comentarios o los re-tweets.

Sin duda, una de las sorpresas de este año fue el correo que recibí de Xavier Jufre, correo que luego acabó en una entrevista en la que nos dio más detalles de su modelo para el Artificio de Juanelo.

En Las Vegas, asombrado comprobando que el número de subscriptores había subido a 5.486. Fue un problema técnico de feedburner. Lástima ;-) Más fotos

Durante estos últimos 365 días, el BlogRoll ha continuado creciendo con Recuerdos de Pandora, Sentados Frente al Mundo y En la trébede. Sin olvidar a Amazings.es, ese blog de blogs en el que tuve la oportunidad de colaborar hace unas semanas.

Antes de pasar a las frías estadísticas, daros la gracias a todos los que os habéis pasado por aquí este año y espero que lo sigáis haciendo muchos más. ¡Un abrazo!

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Los posts más leídos de este año:
- Jill Price, la mujer que no puede olvidar
- El hombre que quiso construir una presa en el Estrecho de Gibraltar y crear un nuevo continente
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- El fotógrafo que se quedó tirado en medio de la nada en Alaska
- Los limpiaparabrisas intermitentes, el invento que todos los fabricantes de coches quisieron utilizar y ninguna pagar
- Y las islas Saint Kilda se quedaron solas

Aunque con menos visitas, otro de mis posts favoritos del año ha sido el de “La fortaleza natural de Monemvasia”, un lugar imprescindible de Grecia, por el que tuve la suerte de pasar en 2009.
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martes, 23 de noviembre de 2010

Y la Revolución Soviética llegó al calendario

La mayoría de la Europa Católica había adoptado el calendario gregoriano en 1582. Algunos países protestantes habían tardado bastante más, pero habían acabado haciendo el cambio. Sin embargo, en Rusia, la oposición de la Iglesia Ortodoxa había conseguido que en 1918 el país aún siguiera el desfasado calendario juliano. Las cosas cambiarían con la llegada de Lenin al poder, quien en su empeño por crear una nueva sociedad, una de sus primeras medidas fue la de abolir el calendario juliano y decretar la adopción del gregoriano “con el objetivo de instalar a Rusia en el mismo sistema de medida del tiempo que casi la totalidad de naciones avanzadas ya usaban”.

Calendario Soviético del 1930 que conserva meses irregulares y semanas de 7 días

Sin embargo, en aquel tiempo, Rusia estaba inmersa en la guerra civil que enfrentaba a bolcheviques y el denominadoMovimiento Blanco, que agrupaba a partidarios del Zar y a otros grupos contrarrevolucionarios, por lo que su decreto sólo fue aplicado en la parte del país bajo control bolchevique. Mientras, la Rusia “blanca” continuaba siguiendo el anterior calendario, llegándose a dar la situación de que si un territorio cambiaba de manos, cambiaba de fecha.

Como sucedió en otros países cuando hicieron esta misma transición, para corregir el desfase producido por el paso de los años, los días que van del 1 al 13 de febrero nunca existieron para los bolcheviques, y al 31 de enero le siguió el 14 de febrero.

A finales de la década de los 30, acabada la guerra y establecido el régimen comunista, ya hace mucho, los soviéticos volvieron a poner los ojos en el calendario y se comienzan a discutir otras maneras de organizar la semana productiva que pudieran mejorar la productividad del país. Yuri Larin fue el primero en proponer la idea de una semana de trabajo continua, sin fines de semana. Fue en mayo de 1929 durante la celebración del Quinto Congreso de los Trabajadores, Soldados y Campesinos Soviéticos. La idea parece que pasó bastante desapercibida, por lo que no aparece ni mencionada en el discurso de clausura de dicho congreso.

Sin embargo, en junio de ese mismo año, Larin consigue el apoyo de Stalin para su idea y las cosas cambian. Inmediatamente, se dan órdenes expresas para que la prensa comience a ensalzar la idea y en unos días el Consejo Económico Supremo pide a sus expertos que propongan un plan para la implantación de la semana productiva continua en tan sólo dos semanas. Las cosas se mueven deprisa y a mediados del mismo mes de junio, Larin, muy probablemente hinchando la cifra, ya afirma que el 15% de la industria ya estaba funcionando en modo continuo.

Calendario Soviético del 1930 con un día de descanso cada 5, pero con los días organizados según las antiguas semanas de 7 días

Una vez el gran líder se había pronunciado en favor del nuevo sistema, a la semana continua no paraban de lloverle partidarios. A finales de agosto es el Consejo de Ministros el que declaraba esencial que se prepare la transición al nuevo sistema en empresas e instituciones durante el año económico 1929-1930. La duración de la semana continua aún no se especifica.

No queda claro, pero parece ser que el primer día de aplicación de la nueva semana fue el 1 de octubre, a comienzos del nuevo año económico. En un primer momento, se fija su duración en 5 días. Aunque más tarde, se especifica una semana de 6 días para la construcción y para otros trabajos de carácter estacional. Mientras que para las fábricas que paraban su producción una vez al mes, se adopta una semana continua de 6 o incluso 7 días. Los días de la semana pierden su nombre y cada día es asignado un color o un número romano (del I al V). A cada trabajador se le asigna un color o número, el color de su día de descanso.

Con el nuevo calendario soviético, que tenía que ser eterno, el año quedaba dividido en 72 semanas de 5 días. Tres de las cuales tenían alguno de los cinco días de fiesta nacionales intercalados. Estos días de fiesta, que fueron cambiando a lo largo del tiempo, en 1929 eran el 22 de enero (aniversario de El Domingo Sangriento  y día de Lenin), 1 y 2 de mayo (día internacional de los trabajadores) y el 7 y 8 de noviembre (conmemoración de la Revolución de Octubre). Estos días, no formaban parte de ninguna semana, sino que quedaban fuera del sistema de colores y eran, en teoría, festivos para todos los trabajadores.

Calendario Soviético del 1931 con las semanas de 5 días y días numerados del I al V

Según algunas fuentes, el nuevo calendario no sólo modificaría la duración de las semanas, sino que también racionalizaría la duración de los meses, que pasaron a ser todos de 30 días o lo que es lo mismo, tener 6 semanas de 5 días. Los 5 días que faltaban para llegar a los 365, serían los anteriores 5 festivos nacionales, que se consideraría que no pertenecían a ningún mes, sino que se situaban intercalados entre ellos.

Sin embargo, no queda del todo claro hasta qué punto se llegó a aplicar, si es que se llegó, esta modificación de la duración de los meses. Por ejemplo, el periódico oficial del partido, el Pravda, siguió usando las fechas del calendario gregoriano. Existen ejemplares con fecha del 31 de junio, julio, agosto, octubre y diciembre, pero en todo este tiempo no hay ningún ejemplar de ningún 30 de febrero. Incluso, pese al ferviente ateísmo del régimen, el Pravda sigue usando “Resurrección” y “Sabbath” para referirse a sábado y domingo. También parece que la mayoría de los calendarios de bolsillo conservados de esta época siguen mostrando los irregulares meses del calendario gregoriano y, además, organizados en filas o columnas de 7 días, que comienzan por el domingo. Se conserva alguno que muestra las semanas de 5 días y los días etiquetados con los números del I al V, pero son los menos.

Este nuevo sistema tenía como objetivo incrementar la productividad y hacer un uso más eficiente de los recursos, al permitir que las fábricas permanecieran abiertas y funcionando todos los días del año. En un día de trabajo cualquiera, el 100% maquinaría de la fábrica podía estar funcionando, con sólo un 80% de su plantilla.

Pero, aparte de ser un intento de aumentar la producción industrial, la adopción de un nuevo calendario carente de connotaciones religiosas era un paso más de la estrategia de acoso y persecución de la religión por parte del gobierno. Por un lado, la substitución de las festividades tradicionales ortodoxas por otras de carácter patriótico o ideológico dificultaba la preparación y celebración de las festividades antiguas. Por otro, la adopción de una semana de laboral de 5 días, en la que el día de descanso no tenía por qué coincidir con el domingo, hacía más difícil guardar y asistir a los oficios religiosos del “día del Señor” o de cualquier otra festividad que tradicionalmente se celebrara en domingo.

“Año 25 de la Revolución Socialista. Diciembre 1937. 12, sexto día de la semana de seis días”

En cuanto al descanso de los trabajadores, si comparamos esta nueva semana de 5 días con sólo un día de descanso con la de 5 días laborales y un fin de semana de 2 días. En un período de 35 días, es decir, 5 semanas de 7 días o 7 de 5 días, con la semana actual se trabajan sólo 25 días, mientras que con la “soviética”, 28. Viendo estos números se puede considerar que la implantación de la nueva semana implicaba una reducción del número de días de descanso de los trabajadores. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los fines de semana de 2 días eran un lujo que en aquel tiempo sólo se podían permitir algunas industrias y en algunos países.

Por ejemplo, en Estados Unidos, Henry Ford comenzó en 1926 a cerrar sus fábricas los sábados y los domingos, aunque, la implantación generalizada en todo el país de los fines de semana de 2 días no llegaría hasta 1940.

Sin embargo, la situación de la Unión Soviética era muy distinta. En aquel tiempo, era un país que se estaba industrializando y antes de la reforma del calendario sólo había un único día de descanso a la semana, por lo que con la nueva semana de sólo 5 días los trabajadores ganaban ligeramente en cuando a días de descanso. En la comparación anterior, en 35 días, pasarían de 30 días de trabajo a sólo 28.

Pero no todo eran ventajas, el hecho de que el día de descanso no fuera el mismo para todos hizo que, en las parejas en las que el marido “era” de un color y la mujer de otro, la vida familiar se resintiera. Lo mismo sucedió con la vida social, al resultar mucho más difícil mantener el contacto con las amistades de otro color. Pero, aparte de estos problemas, la productividad tampoco subió todo lo esperado. Con el nuevo ritmo de trabajo, la maquinaría se estropeaba más a menudo. La máquinas no estaban preparadas para funcionar de manera continua, 24 horas al día, los 5 días de la nueva semana, y, además, al no haber paradas semanales se dificultaba llevar a cabo su correcto mantenimiento. Tampoco ayudaba que el nuevo sistema obligara a que las máquinas tuvieran que ser manejadas por obreros menos familiarizados con su funcionamiento particular.

Calendario Soviético del 1937 con las semanas de 6 días

Sólo en los primeros meses, parece que ya existían más de 50 implementaciones distintas de la semana continua en toda la Unión Soviética. La más larga de ellas de 37 días, 30 días seguidos de trabajo y luego 7 días de descanso. Pero aunque no existía unanimidad, la implantación de la nueva semana no se detenía. Si los planes no fallaban en abril de 1930 el 43% de los trabajadores de la industria tenía que seguirla, y en octubre el porcentaje tenía que llegar hasta el 67%.

Mientras nuevas empresas adoptaban la nueva semana, durante mayo de 1930 comienzan a aparecer las primeras empresas la abandonan y deciden volver a la antigua semana de producción interrumpida. Pese a ello, es durante el mes de octubre de este año cuando se alcanza el mayor nivel de implantación de la semana continua y llega al 72.9% de toda la industria. Un número que muy probablemente estuviera inflado por los políticos y por las propias empresas, ya que muchas decían adoptar la nueva semana, pero en realidad continuaban con la anterior. Durante este tiempo, la semana continua también se aplicó en el comercio o entre el funcionariado, aunque no se hicieron públicas cifras de su adopción.

La impopularidad de la nueva semana entre los trabajadores unida al resto de problemas llevan a que Stalin en junio de 1931 condene la semana continua tal y como se estaba implantando, y ordena una adopción temporal de la semana de 6 días interrumpida. No se cumplen por tanto los planes según los cuales durante ese el año económico, el 1930-1931, todos los sectores industriales, a excepción del textil, tendrían que estar trabajando de forma continua.

Calendario Soviético del 1939 con las semanas de 6 días

Con la nueva semana se recupera el día de descanso semanal común para todos los trabajadores. Se hace coincidir el primer día de cada mes con el primer día de la semana, de manera que los días 6, 12, 18, 24 y 30 de cada mes son de descanso. El último día de los meses que tenían 31 era siempre un día de trabajo extra en la industria que junto con los cinco primeros días del mes siguiente hacía que acabaran trabajando 6 días seguidos. Más afortunados eran algunos funcionarios y trabajadores comerciales para los que los 31 eran siempre festivos.

Finalmente, en noviembre se decreta el abandono definitivo de la semana continua, quedando restringido su uso a empresas que producían de manera continua, como fundiciones, hospitales y otras instituciones sociales y culturales. El 1 de diciembre de 1931 es considerado el día en que se abandona la continua y se vuelve a una forma de semana interrumpida. Unos años después, en 1935, tan sólo el 25.8% de los trabajadores sigue alguna forma de semana continua. Y el 27 de junio 1940, se elimina el único vestigio de las reformas que aún quedaba en el calendario. Se abandona la semana de 6 días y se vuelve la de 7 días, con el domingo como día de descanso común para todos los trabajadores

Enlace permanente a Y la Revolución Soviética llegó al calendario

+posts:
- Cuando las semanas eran de 10 días y los días de sólo 10 horas
- El Edificio Narkomfin, la utopía de la vida colectiva
- El misterioso zumbador de la UVB-76
- El pozo más profundo de la Tierra
- Stanislav Petrov, el hombre que salvó al mundo

+info:
- Calendario revolucionario soviético en es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- Soviet Calendars and the Quest for Industrial Efficiency by Thomas Gangale
- The book of calendars by Frank Parise in Google books
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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mario Capecchi, el niño de la calle que llegó a Premio Nobel

No queda claro si las experiencias de mi infancia ha contribuido a mis éxitos o si estos logros han sido obtenidos a pesar de ellas”, respondió Capecchi en 1996 en Japón al recoger el premio Kyoto en Ciencia Básica.

Capecchi trabajando en su laboratorio

Capecchi vino al mundo un 6 de octubre de 1937 en la ciudad italiana de Verona. Su padre Luciano era un aviador. Su madre, Lucy Ramberg, era una poetisa norteamericana perteneciente a una familia de artistas que, tras conocer, a Luciano se mudó a Italia. Allí pasó a formar parte de un grupo de artistas llamado “Los Bohemios”. Viajaba mucho y había dado clases en la universidad de la Sorbona en París.

En un comienzo, la pareja llevaba una vida tranquila, pero la cosa cambiaría después de la aprobación de las “Leyes Raciales. La madre, que hasta entonces no se había implicado en política, comenzó a escribir y repartir panfletos antifascistas y contra los alemanes. Paralelamente, el padre fue llamado a filas y partió hacia África, donde se integraría en una unidad de artillería antiaérea.

Antes de partir para África, el padre de Mario, consciente que era más que probable que el espíritu rebelde de su mujer le acabara trayendo problemas con las autoridades, acordó con una familia de campesinos de Bolzano que, a cambio de una cantidad de dinero, si su mujer era detenida, ellos se hicieran cargo del hijo de ambos. En otras versiones de la historia es la propia Lucy, la que decide vender todo lo que tiene y con el dinero que obtiene hace un trato con la familia.

En cualquier caso, los temores se vieron cumplidos un día de 1941, cuando Lucy fue arrestada por agentes de la Gestapo y, a los pocos días, deportada al campo de concentración de Dachau. Mario tenía entonces sólo tres años y medio.

Afortunadamente, gracias a la previsión de su padre, o de su madre, el pequeño Mario no se quedó tirado en la calle. Tal como habían acordado con su padre, la familia de Bolzano se hizo cargo de él. Todo fue bien durante el primer año, pero entonces lo echaron de casa. Capecchi no entiende ni recuerda lo que fue lo que sucedió, tampoco ha sobrevivido nadie que pueda aclararlo. Tal vez, se les acabara el dinero, tal vez, fueran otros los motivos, pero con apenas cuatro años y medio, Mario tuvo que buscarse la vida por su cuenta. Su padre, estaba desaparecido en combate, y su madre, en el mejor de los casos, en el campo de Dachau.

Comenzó vagando por la carretera que unía Bolzano con Verona y acabó uniéndose a varias pandillas de niños que estaban en su misma situación. Sin adultos que cuidaran de ellos, el grupo se las arreglaba para comer de lo que iban pillando en los caseríos y en las ciudades por las que pasaban. El propio Mario no lo oculta, eran una banda de ladronzuelos, tampoco es que tuvieran otra salida. Iban de un lugar para otro y se escondían donde podían para evitar ser atrapados. Su única preocupación era la de sobrevivir un día más. Cuando no estaba en las calles estaba en orfanatos.

Pero las cosas se pusieron aún más feas para el pequeño Mario cuando comenzó a sentirse mal. Mario no recuerda muy bien lo que pasó, pero de repente un día de 1945 se encontraba en el pasillo del hospital de la ciudad de Reggio Emilia. Afortunadamente, parecía que algún buen samaritano lo había recogido de la calle y lo había llevado hasta allí. Padecía tifus y habría muerto de no haber sido tratado a tiempo por los médicos del hospital.

Su salud mejoraba, pero, sin padres, su futuro continuaba siendo incierto. Reconoce que varías veces se le pasó por la cabeza escaparse del hospital, como antes lo había hecho de los orfanatos por los que había ido pasando. Afortunadamente para Mario, esta vez la debilidad y las fiebres se lo impidieron. Desde luego que fue una suerte, porque en la habitación de aquel hospital recibiría la visita de una persona, que él creía muerta, que cambiaría su vida.

Fue un día de 1946 cuando Capecchi había cumplido ya los 9 años. Una mujer entró en su habitación con un traje típico tirolés para él. Era su madre. La sorpresa fue mayúscula para ambos.

Tropas americanas hacen guardia en la entrada del Campo de Dachau, justo después de su liberación. | Wikipedia

Aunque el pequeño Mario no tenía ni idea, su madre había conseguido sobrevivir a Dachau y después de la liberación del campo por parte de los norteamericanos había regresado a Italia y había comenzado a buscarle de manera incansable. Como si se tratara de un milagro, después de más de 5 años separados, su madre había conseguido dar con él.

Después del asombroso reencuentro, se mudaron a Roma y desde allí prepararon su marcha a los Estados Unidos. Gracias al dinero que les envió el hermano de su madre, Henry, pudieron hacerse con unos pasajes de barco para Estados Unidos. Al cabo de unos días partían del puerto de Nápoles rumbo a Nueva York.

Capecchi recuerda como a las pocas horas de su llegada a Ellis Island, ya estaban subidos a un tren con su tío Edward con dirección a Princeton, donde vivía la familia, y al día siguiente ya estaba asistiendo a clase, aunque no tenía ni idea de inglés. Más tarde madre e hijo, se mudarían con la familia de su hermano a Ben Gweled, una pequeña comunidad “colaborativa” de Pennsylvania, algo así como una comuna cuáquera, de la que su tío había sido cofundador, en la que viviría hasta cumplir los 18. Capecchi valora la experiencia como positiva y cree que le ayudó a adquirir una cierta consciencia social difícil de encontrar en un tiempo en el que en Estados Unidos el imperaba en el individualismo.

Su madre, sin embargo, nunca se recuperó del todo de su paso por Dachau, nunca volvió a ser la misma. Según Capecchi, vivió toda su vida alejada de la realidad en su “mundo de imaginación”, y es por ello que tuvieron que ser su tío Edward y su mujer los que se hicieran cargo de él.

A partir de aquí, la vida de Mario Capecchi podría haber sido similar a la vida de cualquier otro Premio Nobel. Pero no fue así, la vida aún le tenía reservada una sorpresa más. En 2007, después de serle concedido el Premio Nobel en Medicina y de que su nombre saliera en periódicos y televisiones de medio mundo, una mujer de Carintia (Austria) llamada Marlene Bonelli reconoció su apellido y reconoció en aquel investigador italoamericano a su hermanastro del que no sabía nada desde hacía casi 60 años.

Era cierto. Aunque su madre, ya muerta, jamás le había hablado de ella, Mario tenía una hermanastra. Sucedió dos años después de la desaparición de su padre, cuando Lucy conoció a un brasileño de origen alemán. Esta vez, sí que queda claro que fue ella la que se encargó de asegurarse que en caso de problemas Marlene estuviera a salvo y la que confió a unos amigos, Max Bonelli y Luise Linder, su hija.

 Mostrando la portada del Dolomiten con la noticia del reencuentro con su hermanastra. | DayLife

Marlene tuvo una infancia más fácil que la de Mario. Fue adoptada por los amigos de su madre y, con el tiempo, gracias a que sus padres adoptivos no le ocultaron sus orígenes, pudo conocer a su padre biológico. Marlene sabía que había tenido un hermanastro y que su madre había sido deportada, pero tanto ella como su entorno creían que ambos habrían muerto durante la guerra. La consulta de los papeles de su adopción durante un viaje a Trento tampoco le ayudó a saber mucho más.

Por su parte, los esfuerzos de Capecchi de averiguar algo más sobre su pasado tampoco habían dado resultado. En 2002, durante un congreso científico celebrado en la ciudad de Verona, pasó un día en los archivos municipales, pero no encontró ninguna pista.

Después de que Marlene se pusiera en contacto con el periódico italiano Dolomiten, este se encargó de hacerle llegar al Premio Nobel unas fotos de su supuesta hermanastra. Sólo con las fotos, y gracias al enorme parecido que guardaba con su madre, Capecchi ya estaba casi totalmente convencido de que era su hermanastra. Tuvieron que pasar unos meses hasta que el mismo periódico organizara el reencuentro de los dos hermanastros en mayo del 2008. Mario tenía 71 y Marlene, 69.

Aunque de pequeños apenas habían coincidido unos meses, fue un momento más que emotivo para ambos. Tampoco fue un obstáculo que, al no hablar Marlene inglés ni Capecchi, alemán, que necesitaran un traductor. Después de los abrazos, pasaron un buen rato hablando y compartiendo las fotos de sus vidas separadas. Al acabar Capecchi afirmó que su hermana era “una persona muy agradable, como debería ser cualquier hermana”.

Este artículo ha sido mi primera colaboración en amazings.es, donde apareció publicado este lunes.

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+info:
- Mario Capecchi en es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- Era un niño de la calle, me salvó mi madre en ElPaís.com
- Mario Capecchi: The man who changed our world in The Independent
- El Nobel de la Calle en ElPaís.com
- La hermanastra perdida del Nobel en BBCMundo.com
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domingo, 31 de octubre de 2010

Los ataúdes colgantes de los Bo

Durante el apogeo de los Bo, llegaron a ser decenas de miles los ataúdes que colgaban en los precipicios y cuevas de sus dominios. Hoy, apenas quedan unos cuantos centenares, y es casi todo lo que nos ha llegado de este pueblo milenario que desapareció de lo que hoy en día es China durante el siglo XVI.

Ataúdes colgantes en Gongxian

Aunque la de los ataúdes colgantes no era una práctica exclusiva de los Bo, pues en la antigüedad fue bastante habitual, algunos incluso aseguran que la más común, en el sur y este de China, los ataúdes de los Bo sí que son de los más conocidos y numerosos. En total, se conservan unos 300, repartidos por una veintena de lugares de la actual provincia china de Sichuan. Aunque la mayoría de ellos se encuentra en los alrededores el Condado de Gongxian. Donde son las concentraciones de Matangba y Sumawan las que cuentan con un número mayor de ataúdes, un centenar.

Los ataúdes más antiguos de Gongxian datan de hace 1.000 años y los más recientes de hace sólo unos 400. En década los 90, eran unos 280, aunque una veintena de ellos se desplomaron en la década siguiente. Afortunadamente, los trabajos de conservación consiguieron estabilizarlos, evitando más desplomes y, a su vez, permitieron descubrir ataúdes de los que no se tenía constancia y estudiar otros a los que jamás se había podido acceder.

Si bien el difícil acceso a los ataúdes de los Bo es responsable, en parte, de que hayan llegado hasta nuestros días, también ha dificultado enormemente su estudio. La gran altura a la que se encuentran muchos de ellos hace necesario la instalación de complicados y costosos andamios para poder llegar hasta ellos. Tampoco ha ayudado su ubicación en zonas montañosas mal comunicadas. Todas estas dificultades hacen que para poder examinarlos o restaurarlos sea necesario realizar antes un costoso despliegue logístico y de seguridad.

Recientemente, la construcción de la Presa de la Tres Gargantas supuso una nueva amenaza para algunos de estos ataúdes. Afortunadamente, gracias al esfuerzo llevado a cabo por las autoridades chinas para intentar salvar la mayor parte del patrimonio histórico amenazado por la subida de las aguas, fueron rescatados algunos de estos ataúdes y también fueron descubiertos otros nuevos.

Los féretros se encuentran a alturas que van desde los 10 metros, los más bajos, hasta los 130, los situados a mayor altura. Podían llegar a medir unos 2 metros de largo y pesar más de 200 kilos. La mayoría de ellos se construía a partir de un único tronco. El exterior, a veces, estaba trabajado y en el interior se tallaba la cavidad para el cuerpo del difunto.

Los ataúdes se colocaban en las grietas, cuevas naturales y artificiales o en los salientes de la roca. Aunque los que resultan más espectaculares son los que eran colocados sobre el vacío apoyados sobre postes de madera que se fijaban en agujeros que previamente se habían hecho en las paredes de la roca. Aparentemente, a los Bo parecía no preocuparles que estos soportes se acabaran pudriendo o desprendiendo de la pared. De hecho, algunos estudiosos sostienen que los Bo consideraban que los ataúdes que caían primero eran los de los más afortunados.

Aparte de su espectacularidad, a los arqueólogos también les sorprende lo diferente que eran las tradiciones funerarias de los Bo comparadas con las de la etnia predominante en China, los Han. Colocar un ataúd en una pared sin ocultarlo, a la vista de todos, lejos de sus familiares choca de lleno con las costumbres de los Han, para los que la forma ideal de enterramiento es bajo tierra, en la ladera de una colina con vistas sobre los descendientes vivos para, así, traerles buena suerte.

Pero los Bo no eran Han, sino una minoría étnica diferenciada que ocupaba lo que hoy es el distrito Yibing de la provincia china de Sichuan, en el sudoeste de la actual China. Sus orígenes parecen remontarse a hace más de 3.000 años y en las primeras referencias que se conservan a esta minoría étnica son considerados parte de los pueblos Di y Jiang. Algunos creen que podría tratarse de un pueblo empobrecido que podría haber caído bajo el yugo de la esclavitud. Más tarde, se sabe que durante la dinastía Han (del siglo III a.C. al II) se estableció un principado para ellos en Dianchi y Sichuan.

Durante la Dinastía Tang (siglos VII-X) se mantienen las referencias a los Bo y, por primera vez, se menciona su costumbre de colocar sus ataúdes en las paredes de los precipicios. Pero, al parecer, no era esta su única costumbre un tanto extraña. Aunque quizás forme parte sólo de su leyenda, igual que su supuesta capacidad de volar, se cuenta que en verano los Bo acostumbraban a vestir abrigos de piel y reunirse alrededor de fuegos para calentarse. En invierno, era justamente lo contrario, preferían vestir muy poca ropa y no se calentaban con fuegos.


Más ataúdes colgando en los precipicios de Gongxian

Su trágico final llegaría varios siglos más tarde, de la mano de la Dinastía Ming, con los que convivieron en un estado de guerra casi permanente durante un largo tiempo. Después de varias derrotas frente a los ejércitos imperiales, el territorio de los Bo se había visto reducido a poco más que el valle de río Naguang. A mediados del siglo XVI, parecía que su fin quizás se podía evitar. Liderados por el poderoso clan de los Hada, los Bo consiguieron derrotar al ejercito Ming y hacerse con la fortaleza de Jiusicheng.

Fue sólo un contratiempo para el poder de los Ming. Sus ejércitos pondrían sitio al montañoso baluarte en 1573. Según un relato que vuelve a mezclar leyenda e historia, el general de los Ming esperó 10 días a que los Bo celebraran la Fiesta del Doble Nueve, una de las más importantes de su calendario y también de los Han. Después de la fiesta, los Ming aprovecharon que muchos de los defensores estaban borrachos y asaltaron la fortaleza.

Hay una cierta confusión sobre lo que pasó después. Según algunas crónicas, más de 300 Bo fueron hechos prisioneros, de los que parece que una parte decidió unirse al ejército Ming y el resto no se sabe muy buen donde fueron a parar. Para algunos estudiosos, lo que sucedió se podría calificar como una auténtica limpieza étnica, y fijan en unos 40.000 el número de Bo que fueron masacrados. Los mismos estudiosos consideran bastante probable que hubiera otros supervivientes aparte de los hechos prisioneros.

En cualquier caso, a partir del 1573, no se vuelve a tener más noticia de los Bo como pueblo. Simplemente, parecen desaparecer de la faz de la tierra y, con ellos, su cultura, de la que muy poco ha llegado hasta nuestros días. Los Bo dejaron numerosas pinturas murales en las paredes de sus precipicios en las que se muestra a personas bailando, montando a caballo o realizando acrobacias, así como escenas de su vida diaria y sus batallas. Sin embargo, no nos dejaron ningún escrito o documento. Así que se conoce muy poco de sus costumbres o de su historia. Lo que hace imposible asegurar cuáles fueron los auténticos motivos que llevaron a esta etnia a elegir su particular práctica funeraria.

Pese a ello, algunos historiadores creen que fueron motivos espirituales. Según esta versión, los Bo tenían la creencia de que después de la muerte el alma del difunto subía al cielo, desde donde protegía a los familiares vivos. Colocar el ataúd con su cuerpo en las alturas de un precipicio era una buena manea de acercarlo a ese cielo al que tenía que subir, haciendo así más fácil y corto ese último viaje. Cuanto mayor era el estatus del difunto más alto se colocara su ataúd.

Otros estudiosos, sin embargo, buscan razones de carácter más práctico y aseguran que en una zona húmeda, en la que inundaciones y corrimientos de tierras son habituales, colocar los ataúdes en una pared resultaría una buena manera de mantener los cuerpos de los difuntos a salvo del agua y, de rebote, también de enemigos y animales salvajes. En cualquier caso, parece bastante probable que la motivación real fuera una combinación de ambas teorías.


Y aún más colgantes en Gongxian

Pero, aparte de intentar encontrar los motivos que llevaron a los Bo a colgar sus ataúdes, a los arqueólogos les resulta igual de fascinante intentar averiguar cómo se las arreglaron para subir hasta alturas de más de 100 metros ataúdes que pueden llegar a pesar más de 200 de kilogramos.

Descartada la opción de que los Bo pudieran volar, tal como afirma otra de sus leyendas. La manera que parece más sencilla sería construyendo rampas de tierra. Sin embargo, esta explicación es descartada por la gran cantidad trabajadores que hubiera requerido su construcción, especialmente para los ataúdes situados a una mayor altura. Demasiada gente, además, para una región que contaba con una población más bien escasa.

Otra posibilidad hubiera sido subir los ataúdes gracias a andamios de madera sujetos a la pared de roca mediante estacas. Sin embargo, pese a los años de estudios, no se ha encontrado ningún agujero para estas estacas en los precipicios. Otra hipótesis muy similar a esta, sería usando escaleras de madera en vez de andamios.

Por último existen otras dos hipótesis que según algunos han sido confirmadas por los rastros que han encontrado los arqueólogos en varios de los precipicios. Según la primera de ellas, para subir los ataúdes se habría construido una especie de camino de tablones de madera colocados sobre estacas de madera sujetas a la pared. Arrastrando el ataúd sobre estas zigzagueantes rampas, se podría hacerlo subir desde la base de la pared hasta su posición final. Esta teoría se vería corroborada por el zigzagueante rastro de agujeros que se ha encontrado en las paredes de alguno de los precipicios. Supuestamente, estos agujeros serían en los que se habrían introducido las estacas.

La segunda teoría propondría que los ataúdes fueran subidos mediante cuerdas y poleas. Antes de subirlo, un grupo escalaría hasta la posición de la pared donde se colocaría ataúd. Después, el ataúd se elevaría sujeto por cuerdas hasta la altura adecuada. Una vez allí, los que lo estaban esperando se encargarían de colocarlo en su posición definitiva. Algunas marcas de cuerdas encontradas en alguno de los precipicios parecerían confirmar esta hipótesis. Esta última es la teoría que cuenta con más adeptos, aunque podría ser que no se hubiera utilizado la misma técnica en todos los precipicios.

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Recreación actual de como mediante cuerdas podían haberse subido los ataúdes a las paredes del Monte Longhu (en este caso los ataúdes son de los Guyue)

Pero, aparte de todo lo relacionado con los ataúdes, queda por resolver todavía un último misterio acerca de los Bo: ¿queda hoy en día algún descendiente suyo vivo?

En China, desde hace años se cree que aquellas personas que llevaban el apellido He son, en efecto, descendientes de los Bo. Existen otras familias en las zonas antes habitadas por ellos que, también, se cree que puede ser descendientes suyos. Son familias que habrían ocultado sus nombres y cambiado sus costumbres para pasar desapercibidos entre los Han u otras etnias.

Cuando algunos de estos supuestos descendientes de los Bo son preguntados si creen que sus antepasados eran los míticos Bo dicen que prefieren no reconocerlo en público, en especial los miembros de familias pequeñas, escudándose en el temor que el hecho de reconocerlo pueda convertirles en objeto de las burlas de sus vecinos. A la pregunta de si colocarían o han colocado alguno de los ataúdes de sus difuntos en las paredes de precipicio, aseguran que es una práctica que fue abandonada hace siglos y que no parece buena idea recuperar, pues la culpan de haber traído mala suerte a su pueblo.

Mysterious Hanging Coffins of China by Discovery Channel in youtube.com

En cualquier caso, se desconoce cuánto hay de verdad en la relación entre estas familias y los Bo. Una relación que, en ocasiones, tiene más apariencia de habladurías de pueblo que de otra cosa. Por último, más en el terreno científico, algunos antropólogos señalan a los actuales Tujia, Hunan o Bai de China y a alguna otra minoría vietnamita como posibles familiares lejanos de los desparecidos Bo. Quizás el estudio del ADN de los restos humanos encontrados dentro de los ataúdes colgantes y su comparación con el de los grupos étnicos actuales pueda resolver el misterio definitivamente.

PS: En 2005, algunos medios chinos informaron que se habían encontrado descendientes de los Bo en Xingwen. Quizás algún lector con conocimientos de chino pueda ayudarnos ;-)

Enlace permanente a Los ataúdes colgantes de los Bo

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+info:
- China’s sacred sites by Shun-xun Nan et al in Google books
- Unity and diversity: local cultures and identities in China by Tao Tao Liu, David Faure in Google Books
- Mysterious Hanging Coffins of the Bo in china.org.cn
- China’s Southwest – Lonely Planet by Damian Harper in Google Books
- Los ataúdes colgantes, otro enigma de la arqueología china en elmundo.es
- Ataúdes colgantes en Tecnología Obsoleta http://www.alpoma.net/tecob/?p=1202
- The Mystery of Cliff Coffins by CCTV en youtube.com
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sábado, 16 de octubre de 2010

El experimento supersónico que puso a prueba la paciencia de la ciudad de Oklahoma

El 3 de febrero de 1964 a las 7 de la mañana un caza militar rompía la barrera del sonido sobre la ciudad de Oklahoma. Era sólo la primera de las 8 explosiones sónicas que ese día y durante los próximos 6 meses se oirían a diario sobre la ciudad. Acababa de comenzar la Operación Bongo II, un experimento de la Administración Federal de Aviación (FAA), para el que los ciudadanos de Oklahoma City habían sido escogidos como sus conejillos de indias.

Un F-22 rompiendo la barrera del sónico. Junio 22, 2009, sobre el Golfo de Alaska

Durante la década de los 50, el progreso de la técnica hizo que comenzara a parecer factible la construcción de un avión de pasajeros que volara a velocidades supersónicas. Aunque se tendría que esperar a que los primeros aviones de combate supersónicos entraran en servicio para que los trabajos comenzaran en serio. No mucho más tarde, a comienzos de los 60, en Europa, los programas subsidiados por los gobiernos comenzaban a dar sus frutos. Y tras la fusión en 1962 de los proyectos británico y francés, el nuevo consorcio anunció que tenía planes de construir su primer diseño supersónico, el Concorde.

La fusión y el anuncio pilló algo desprevenidos a los norteamericanos que no pensaban que la cosa fuera tan en serio y acabó desatando el pánico entre la industria aeronáutica norteamericana, temerosa de que el nuevo avión europeo se acabara haciendo con todo el mercado de la aviación de larga distancia. Como respuesta, la administración Kennedy decidió crear el programa NST (National Supersonic Transport), financiado en un 75% con fondos públicos y que tenía como objetivo el diseño de un avión supersónico que pudiera hacer sombra al Concorde.

Como el desarrollo del Concorde estaba ya muy avanzado, se creyó que la mejor opción sería diseñar un avión que lo superara en prestaciones. Para ello, se fijó su capacidad en 250 pasajeros, el doble que el Concorde; alcanzar velocidades de Mach 3, frente a la de Mach 2 de su rival europeo, y tener una autonomía de 7.200 km. En un primer momento fueron dos los proyectos seleccionados, el Lockheed L-2000 y el Boeing 2707.

A principios de los 60, a medida que el proyecto avanzaba, fue cuando comenzaron a surgir las primeras preocupaciones por los problemas medioambientales que un avión supersónico podría causar. Por un lado, los daños que podría producir a la capa de ozono debido a la altitud a la que tendrían que volar y, por el otro, el ruido que produciría cuando rompiera la barrera del sonido.

Un Convair B-58 Hustler en vuelo

Aunque, en un principio, se había pensado que el problema del ruido se podía evitar volando más alto, los primeros tests reales con aviones militares llevados a cabo a finales de los 50 demostraron que no era así. Incluso a 21.000 metros de altitud el ruido continuaba siendo un problema. Además volar a más altitud tenía un inconveniente: si bien era cierto que minimizaba la potencia del ruido que se percibía desde tierra, también hacía que la zona afectada fuera mucho más amplia.

Con los resultados de estos primeros experimentos y, en parte, gracias a la publicación del libro “El manual de los aviones y los estallidos supersónicos” que sostenía que el estruendo causado por un único vuelo supersónico podría llegar a afectar a una zona de más 80 kilómetros de amplitud, el problema del ruido acabó convirtiéndose en el que más rechazo y preocupación despertara entre la población.

Para cuantificar la magnitud real de este problema, la FAA, en colaboración con la NASA y las Fuerzas Aéreas norteamericanas, decidió estudiar sus efectos sobre una ciudad. Anteriormente, se habían llevado pruebas similares, en Virginia y cerca de una base aérea en Nevada, pero en el caso de la ciudad de Oklahoma el experimento tenía a una escala mucho mayor y pretendía centrarse en el estudio de los efectos económicos y sociológicos.

La elección de la ciudad de Oklahoma no fue casual. Debido a la dependencia económica que tenía la ciudad del Centro Aeronáutico Mike Monroney de la propia FAA y de la base aérea de Tinker, se creía que la actitud de su población podría resultar más tolerante que la de otras ciudades a un experimento como este. Los aviones empleados serían cazas F-104 y bombarderos B-58, ocasionalmente se usaron algún F-101 y algún F-106 que volarían a una altura de entre 10.000 y 12.000 metros sobre la ciudad.

El Boeing 2707

En total, el primer día se cerró con 8 explosiones sónicas sobre el cielo de Oklahoma y, como sucedería durante las siguientes 12 semanas, el ruido producido no sobrepasó los 131 dB. Después, el nivel de ruido se incrementó un par de decibelios hasta los 133. Era el mismo nivel de ruido que se creía que produciría un avión supersónico, ligeramente superior al que produce un avión durante la maniobra de despegue y que es considerado sólo levemente irritante.

Al comienzo, los habitantes de Oklahoma se tomaron los vuelos con calma. En parte gracias a que los estampidos ocurrían siempre a las mismas horas, lo que los convertía en predecibles. De hecho, era tal su regularidad que algunos albañiles los tomaron como referencia para la hora del almuerzo.

A pesar de que el ruido producido se suponía que era de un orden de magnitud inferior al que se necesita para romper un cristal, durante las primeras 14 semanas, 147 ventanas de los dos edificios más altos de la ciudad se rompieron. Los vuelos también permitieron comprobar que la amplitud de la zona afectada por los estruendos era de sólo 25 kilómetros, muy lejos de aquellos 80 que algunos habían aventurado.

Pero, pese a todo, era inevitable que a finales de la primavera se comenzaran a organizar los primeros grupos cívicos con el objetivo de detener los vuelos. En un principio, los políticos locales no se mostraron muy colaborativos con ellos, como tampoco lo hicieron los jueces. Un primer tribunal dictaminó que era imposible demostrar que los booms hubieran provocado algún daño físico o mental a los ciudadanos, además, remarcaba que los vuelos eran de vital importancia para el interés nacional.

Aunque, con el paso de las semanas, la oposición ciudadana fue creciendo y el ayuntamiento acabó aprobando por mayoría una resolución en la que se pedía la suspensión temporal de los vuelos durante un periodo de tres meses. La nueva postura del ayuntamiento, sin embargo, no fue igual de bien recibida por todos, sino que la cámara de comercio local y un grupo llamado “Ciudadanos por el Progreso de Oklahoma City” se mostraron contrarios a ella. La justicia, por su parte, también rectificaría y un tribunal diferente ordenó la suspensión total de los vuelos a partir del día 13 de mayo.

Mientras tanto, la oficina del senador por Oklahoma, Mike Monroney, comenzó a recibir cientos de cartas de ciudadanos quejándose por el ruido. Y, poco a poco, la oposición dentro la propia administración comenzó a crecer. Las críticas más fuertes vinieron de la Oficina del Presupuesto que acusaba fuertemente a la FAA de haber hecho un mal diseño del experimento.

El XB-70 Valkyrie, bombardero capaz de alcanzar una velocidad Mach 3, que sirvió como banco de pruebas de algunas de las tecnologías que sus hermanos mayores civiles necesitarían

La historia no tardó en saltar a los periódicos de la Costa Este y fue entonces cuando a la FAA le comenzaron a llover las críticas. En especial, por haber comenzado el experimento sin haber consultado con las autoridades locales, que ahora, debido a las quejas de sus ciudadanos, comenzaban a pasar la presión a Washington.

Todo este ambiente hizo imposible continuar con los vuelos y se dieron definitivamente por finalizados el día 30 de julio. Pocos días después, el Oklahoma City Time abría su portada con “El silencio es ensordecedor”.

Se tuvo que esperar a febrero del año siguiente para que se hicieran públicas las conclusiones del experimento. Los resultados, sorprendentemente, eran extremadamente positivos. Según el estudio que entrevistó 3 veces a 3.000 personas durante los meses que duró el experimento, el 73% de ellas creía que podría haber llegado a convivir indefinidamente con las explosiones sónicas diarias, mientras que sólo el 25% creía que no. El estudio, además, destacaba positivamente que los hospitales de Oklahoma City no habían presentado ninguna queja.

Mientras, los críticos con el experimento reprochaban que había ignorado el efecto de los estallidos sobre el sueño de la población. Destacaban que, incluso habiéndose restringido los vuelos a las horas de luz, un 18% de los encuestados reconocía que los booms habían interferido en su sueño. No era difícil imaginar que el porcentaje hubiera sido mucho mayor de haberse programado alguno de los vuelos durante la madrugada.

En cualquier caso, fue tan sólo un 3% de la población la que se quejó activamente, ya fuera enviando cartas, llamando por teléfono o presentando alguna denuncia. Aunque el 3% de una población de 500.000 habitantes representaba unos 15.000 ciudadanos descontentos. Se presentaron 15.452 quejas y 4.901 reclamaciones, la mayoría por cristales rotos y grietas en el yeso de los techos. No era un número demasiado alto, pero el hecho que la FAA rechazara el 94% de ellas sólo hizo que los vecinos se enfurecieran más, que encontraron el apoyo del senador Monroney.

Monroney, que en un principio había apoyado el programa supersónico, pasó a oponerse a él. Además, el experimento debilitó la autoridad de la FAA sobre la cuestión de los ruidos supersónicos, y acabó propiciando que el presidente Lyndon B. Johnson asignara esas competencias a la Academia Nacional de Ciencia.

El Lockheed L-2000

La pobre gestión de las reclamaciones que hizo la FAA, sólo aceptó pagar 123.000 dólares, acabó motivando una acción popular contra el gobierno norteamericano, que se falló en favor de los ciudadanos.

La publicidad negativa de todo el experimento fue una de las razones que hizo que en 1971 se cancelaran los fondos del programa NST así como de la prohibición de los vuelos supersónicos comerciales sobrevolando tierra firme. La nueva situación obligó a Boeing, que en 1966 había ganado su particular competición con Lockheed por hacerse con los fondos del programa público, a cancelar su avión 2707. La cancelación no estuvo exenta de polémica. Desde el principio, varios miembros del Partido Demócrata se habían mostrado contrarios a que se financiara con fondos públicos el proyecto de una empresa privada. Sin embargo, otros políticos, como el líder del partido republicano, Gerald Ford, o los sindicatos estaban a favor.

Todos ellos estaban convencidos que la cancelación del proyecto coincidiendo con el fin de la Guerra del Vietnam supondría una oleada de despidos en el sector aeronáutico, como así fue. Al poco tiempo, Boeing se vio forzada a despedir 60.000 de sus empleados. Mientras, 25 aerolíneas se quedaron sin recibir los 115 Boeing 2707 que ya habían pedido, entre ellas Iberia, que había pedido tres, y Aeroméxico, que había pedido otros dos.

Enlace permanente a El experimento supersónico que puso a prueba la paciencia de la ciudad de Oklahoma

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- Oklahoma City sonic boom tests in en.wikipedia.org
- Supersonic transport in en.wikipedia.org
- Planes Boom in Oklahoma in The Telegraph – Google News
- High-speed dreams: NASA and the technolopolitics of supersonic transportation by Erik M. Conway in Google books
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