A finales del siglo VIII, Carlomagno decide impulsar una recuperación de la antigua cultura clásica. Entre sus preocupaciones estaba la restauración y preservación de los textos clásicos. Fue en este entorno cuando apareció una nueva forma de caligrafía, la minúscula carolingia, que pretendía ser universal y legible. La influencia del nuevo tipo de escritura ha llegado hasta nuestros días, al influir en el trazado de muchas tipografías modernas.
Fue a finales del siglo VIII y durante el siglo IX que dentro del Imperio Carolingio se produce un resurgimiento de la cultura clásica latina. Durante este período, que se conoce con el nombre de Renacimiento Carolingio, se produce un renacimiento intelectual y cultural que intenta recrear y preservar la cultura romana. Es un tiempo en el que el número de estudios en literatura, artes, jurisprudencia, liturgia aumenta.
Sin embargo, la escasez de personas capaces de leer y escribir durante el siglo VIII en Europa Occidental provocaba problemas a los gobernantes carolingios a lo que costaba encontrar escribas para su corte. Más preocupante, si cabe, para los carolingios era que no todos los sacerdotes de sus parroquias eran capaces de leer la Biblia. Además, el latín vulgar del Imperio Romano de Occidente había comenzado a divergir formando dialectos regionales, los precursores de las lenguas latinas de hoy en día. Estas diferencias geográficas empezaban a dificultar el entendimiento entre los eruditos de las diferentes partes de Europa.
Aunque Carlomagno no sabía escribir (trató de aprender durante su vejez, aunque sus esfuerzos dieron poco fruto) y no se puede asegurar que fuera capaz de leer, entendía el valor de la alfabetización y de una caligrafía uniforme para gobernar su imperio.
Para intentar solucionar estos problemas, Carlomagno ordenó la creación de escuelas. Uno de sus objetivos era atraer a su corte a los más importantes eruditos de la época, y lo consiguió. Entre otros, fueron pasando por ella Paulinus de Aquileia, Pedro de Pisa, Pablo el Diácono, Teodulfo de Orleans y Alcuino de York, que se convertiría en el brazo derecho de la política educativa del emperador.
Se comenzó por crear un currículum de estudios unificado para las nuevas escuelas. Alcuino de York, que estaba al mando de esta reforma educativa, lideró el esfuerzo de escribir los libros de texto, la creación de las listas de palabras y establecer el trivium (gramática, retórica y lógica) y el quadrivium (geometría, aritmética, astronomía y música) para la educación más básica.
Fue durante este período que el latín medieval llegó al punto culminante de su desarrollo como lengua literaria. Este latín mantenía las normas gramaticales del latín clásico, pero incorporaba nuevas palabras procedentes de otras lenguas. Este “nuevo” latín se convertiría en el idioma común entre la clase erudita y permitiría a los viajeros hacerse entender por toda Europa.
La otra gran contribución carolingia de la época fue su minúscula. Un nuevo tipo de caligrafía cuyo principal beneficio respecto al resto de escrituras de la época era su alta legibilidad. Pese a su preocupación por la legibilidad, no renunciaba a la estética. La belleza de la nueva minúscula residía en sus formas redondeadas y su apariencia armónica.
La mayoría de los monasterios de la época contaban con scriptoriums donde copiaban manuscritos. Su labor no se limitaba sólo a la copia de textos, también se intentaba corregir los errores que se podían haber introducido después de años de copias. Copiar no era fácil: la iluminación era pobre, las manos de los monjes estaban agarrotadas por el frio y tampoco existía un lenguaje erudito estándar.
Los textos se escribían en mayúsculas y en función de la zona se empleaba una caligrafía u otra. Por ejemplo, en Francia se seguía la merovingia; en Alemania, la germánica; en la España cristiana, la visigoda o la beneventana en el sur de Italia y Dalmacia. En los textos más antiguos, todas las letras estaban desconectadas unas de las otras y las palabras no estaban separadas entre sí. La separación entre palabras se iría adoptando en textos posteriores.
La nueva minúscula carolingia era uniforme, de formas redondeadas y usaba tanto las mayúsculas como las minúsculas. El trazo de las letras era claro y se tendía a separar las palabras con espacios. Estos dos aspectos facilitaban enormemente su legibilidad. Además, la caligrafía carolingia tenía, por lo general, menos ligaduras (signos formados por la unión de dos o más que se suelen escribir separados) que otras caligrafías de su época, aunque usaba el ampersand, y las ligaduras ae , rt, st y ct. La letra D, a menudo, aparece en forma uncial (forma de escritura que sólo usa las mayúsculas), con un asta ascendente inclinada hacia la izquierda, pero la letra g es esencialmente igual que la moderna minúscula. También se evitaban las abreviaturas que dificultaban la lectura para los lectores poco experimentados.
Aunque son muchas las teorías sobre el origen de la minúscula carolingia, su origen preciso es desconocido. Unos defienden un origen romano (Liber Diurnus, escrito en Roma) o franco (Biblia de Mordanno, escrita en Corbie), mientras que otros creen no fue producto de un lugar o un centro en concreto sino que fue un resultado más del Renacimiento Carolingio. Es probable que su extensión ni siquiera formara parte de una campaña deliberada. Era muy habitual que los eruditos carolingios después de servir en palacio fuesen destinados a sedes episcopales o abadías lejanas. De esta manera, simplemente, al llevar consigo sus libros a sus nuevos destinos podrían haber contribuido a la adopción y extensión de la nueva caligrafía.
En cualquier caso, aunque el imperio carolingio contribuyera a su expansión, la invención de la minúscula carolingia no parece que fuera un hecho repentino, ya que desde hacía un tiempo la densa escritura merovingia o la germánica estaban siendo sometidas a un proceso de limpieza, convirtiéndolas en más simples y redondas.
Según los estudiosos, la minúscula carolingia podría haberse basado en la escritura semi-uncial romana y su versión cursiva nueva. La cursiva romana nueva, también llamada minúscula cursiva, era una caligrafía que apareció en torno al siglo III y permaneció en uso hasta finales del siglo VIII. Aunque hoy en día se identifica cursiva con todo tipo de letra inclinada, su origen está en la escritura apresurada a mano, “cursiva” proviene del latín “cursus” (“correr”, en castellano). Así la cursiva era la caligrafía que se obtenía con una mano que corre, muchas veces al no tener que levantar la pluma entre letra y letra.
La nueva minúscula también incluía algunas de las características de las escrituras “insulares” que se usaban en los monasterios de Irlanda e Inglaterra , un tipo de caligrafía desarrollado en Irlanda durante el siglo VII.
Al poco de comenzar a usarse la minúscula carolingia, todavía existían grandes variaciones en la forma de las letras entre diferentes regiones. La letra a todavía se escribía en mayúsculas. El signo de interrogación, era el mismo que el de la caligrafía beneventana. Incluso en algunos contextos, en los que la legibilidad parecía ser un valor secundario (por ejemplo, en los documentos oficiales), se seguía prefiriendo la escritura merovingia.
Sería durante el siglo IX cuando la minúscula carolingia se empezó a imponer como un estándar internacional con menos variaciones regionales. Aparecieron nuevos glifos, como la s y la v, en oposición a la “s larga” y la letra u, y astas ascendentes, posteriormente espesadas en su parte superior.
El nuevo tipo de escritura se fue extendiendo por toda Europa Occidental, en mayor medida allí donde la influencia carolingia era más fuerte. Encontró cierta resistencia por parte de la Curia romana, no en vano, durante el siglo X en Roma se desarrolló la fuente Romanesca. En la Península Ibérica, su difusión comenzó por Cataluña a finales del siglo IX y se extendería por el resto del territorio durante el siglo XII conviviendo con la tradicional escritura visigoda. Finalmente, se convertiría en un estándar entre la clase erudita desde España hasta Escandinavia, desde Inglaterra al norte de Italia, desplazando a las diferentes escrituras nacionales.
Los eruditos del Renacimiento Carolingio buscaron y copiaron en la nueva legible y estandarizada caligrafía muchas obras clásicas latinas que habían sobrevivido. La mayoría del conocimiento de la literatura clásica que se tiene hoy en día proviene del scriptorium de Carlomagno, casi todos los textos que sobrevivieron hasta su reinado sobreviven hoy en día. Unos 7.000 manuscritos escritos por sus escolares durante el siglo VIII y IX han llegado hasta nosotros, en muchos casos son los manuscritos más antiguos que se conservan de muchas obras clásicas.
Durante el siglo XII, la letras carolingias comenzaron a hacerse más angulares y a escribirse más cerca unas de las otras, con lo que los textos comenzaron a perder legibilidad, también apareció la moderna letra i con el punto encima. Aunque poco a poco, la minúscula carolingia comenzaría a ser sustituida por la letra gótica que viviría su máximo esplendor entre el 1150 y el 1500.
A partir del siglo XII el número de gente capaz de leer se incrementó, se fundaron nuevas universidades y la demanda de libros creció. La escritura carolingia, aunque legible, ocupaba un gran espacio, en un tiempo en que los materiales sobre los que se escribía eran caros. Además, la letra gótica al escribirse con mayor rapidez permitía producir más libros en menos tiempo.
Con el tiempo, los primeros humanistas del renacimiento tomaron los manuscritos carolingios por originales romanos y modelaron la letra renacentista tomando como modelo la carolingia, y así pasó a los impresores de libros del siglo XV. De este modo, la minúscula carolingia es la base de muchas de las tipografías modernas. De hecho, un lector de hoy en día puede leer fácilmente textos escritos con la letra carolingia, nada que ver con la dificultad de leer un texto escrito con otras escrituras.
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