Hace unos días, me llegó, a través de un comentario en blog, la noticia del supuesto hallazgo de un daguerrotipo con la imagen de una persona famosa, pero de la que se creía que no se conservaba imagen alguna, Phineas Gage, el trabajador del ferrocarril que sobrevivió milagrosamente después de que una barra de hierro de un metro atravesara su cabeza, y que continuó viviendo con una parte menos de su cerebro.
De la noticia se hacía eco fogonazos, un blog que, aunque seguro que ya casi todos conocéis, aprovecho para más que recomendar.
Después de haber escrito sobre las desventuras del pobre Phineas, ver el daguerrotipo fue un momento emotivo. Como muchos de los que aparecen en el blog, Phineas me había caído simpático, pero también me había dado bastante pena su existencia. El daguerrotipo fue poner una cara a esa tragedia.
Felicitar a Aberron por su descubrimiento, y dar las gracias a Enzo David y a otro comentarista anónimo por sus comentarios sobre la noticia.
A la espera de la confirmación del hallazgo y de conocer más detalles, no os perdáis Con ustedes… el misterioso Phineas Gage en el gran fogonazos.
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viernes, 31 de julio de 2009
La cara del hombre que dejó de ser Phineas Gage
martes, 28 de julio de 2009
Roskopf, el relojero de los pobres
A mediados del siglo XIX, Georges Frederic Roskopf era un visionario que soñaba con lo que era todo un reto para la época: fabricar un reloj de buena calidad, simple y robusto, pero que se pudiera vender por tan sólo 20 francos, un precio asequible para la clase trabajadora. La idea parecía una locura, incluso un insulto para el orgullo de algunos relojeros.
Nacido el 15 de mayo de 1813 en Niederweiler, Alemania, con 16 años viajó a Suiza para aprender francés. En 1829 llegó a la ciudad de La Chaux-de-Fonds, donde empezó a trabajar en una empresa proveedora de piezas para relojeros, en la que después de tres años como aprendiz pasó a ocupar un puesto de oficinista. Como muchos otros extranjeros que habían llegado a La Chaux-de-Fonds, el joven Roskopf también acabó hechizado por el ambiente de la ciudad fabricante de relojes.
En 1834 Roskopf se convirtió en aprendiz de relojero y pasó dos años aprendiendo los entresijos de la parte teórica de la relojería y de su fabricación. Aprendió los secretos de cada una de las partes de un reloj y de sus procesos asociados.
Un año después, cuando sólo tenía 22 años, conoció a la que se convertiría en su mujer, Lorimier, una viuda conectada con una de las mejores familias de la ciudad. Se casaron ese mismo año, ella era 15 años mayor y tenía 2 hijos de su anterior matrimonio. Roskopf fue un gran padre, tanto para estos dos niños como para el suyo propio, que nacería al año siguiente.
Con el dinero de su mujer Roskopf montó su propio taller de relojería. Roskopf no fabricaba los componentes, sino que, como muchos, los compraba a otros y los montaba. Durante los siguientes quince años, Roskopf fue simplemente un relojero más. Producía relojes de cilindro y de palanca para Estados Unidos y Bélgica. Todos montados de manera cuidadosa y concienzuda, aunque los relojes eran buenos, el negocio no acababa de tirar por lo que decidió venderlo en 1850.
Roskopf no abandonaría el mundo de los relojes, en 1851 consiguió el puesto de director en una importante relojería de La Chaux-de-Fonds donde Roskopf cobraba 5.000 francos, un salario enorme para aquel tiempo. Además, le permitían continuar con la fabricación de relojes de estilo inglés de oro por su cuenta, y así no perder su propia clientela.
Cuando su hijo, Fritz-Edouard, tuvo la edad suficiente para poder ayudarle, Roskopf decidió volver a intentarlo por su cuenta. Se asoció con Henri-Edouard Gindraux, otro excelente relojero, y crearon la Roskopf, Gindraux & Co. La asociación sólo duraría dos años, Gindraux fue nombrado director de la escuela de relojería de Neuchatel, y el hijo de Roskopf marchó a Ginebra a montar su propio negocio.
Roskopf, otra vez sólo, siguió concentrando sus esfuerzos en la fabricación de relojes. Con el tiempo se había convertido en un relojero excelente. Pero las virtudes, que como relojero le sobraban, le faltaban como hombre de negocios. Roskopf no era la típica persona obsesionada por el triunfo y las ansias de dinero, obtener un beneficio honesto era más que suficiente para él. Su máxima preocupación era otra, la de no tener ningún tipo de reclamación sobre la calidad de sus productos. Era tan extremadamente escrupuloso que llegaba a ser casi quisquilloso con la calidad de sus relojes.
Fue durante esta época cuando germinó en su cabeza la idea de un “reloj al alcance de todos los bolsillos”. Un reloj que costara sólo 20 francos suizos, pero que fuera capaz de indicar la hora exacta. Todo esto con las máximas garantías de solidez y buen funcionamiento.
La idea, el sueño, era todo un reto para una época en que la fabricación de relojes estaba en manos de pequeñas industrias familiares que trabajaban acorde con la tradición, donde cada una de ellas tenía su propia manera de fabricarlos y su propia clientela fiel. Cada fabricante tenía una serie de trabajadores que trabajaban en sus propios talleres y se encargaban de alguna de las diferentes fases del montaje o acabado del reloj. La relación entre patrones y empleados se basaba en el respeto mutuo.
Era un mundo en el que introducir cualquier tipo de cambio era difícil, ya fuera en el estilo de los relojes o en los métodos para su fabricación. No es difícil imaginar que la idea de fabricar un reloj con una caja hecha en una aleación barata, con un movimiento tosco, un modelo que iba en contra de todos los conceptos de la relojería hasta la fecha, no fue recibida precisamente con entusiasmo. Utilizar una caja de un metal barato, no noble, era una idea rompedora, ya que hasta la fecha en toda la ciudad sólo se fabricaban relojes de oro, y que algunos fabricantes consideraron casi una humillación. Y si los fabricantes tenían estos escrúpulos, entre los trabajadores fue casi peor, pues muchos no estaban dispuestos a perder su tiempo ni a “mancharse” las manos montando relojes baratos.
Esto no quiere decir que no se fabricarán relojes con metales que no fueran nobles. Todo lo contrario, se fabricaban a montones, pero eran considerados productos de escasa calidad, fabricados en otras partes, pero no en La Chaux-de-Fonds. El reloj que Roskopf soñaba con crear iba a ser comparado con estos relojes malos desde el principio.
Pese a la hostilidad y escepticismo que había despertado su idea, Roskopf, que tenía un carácter fuerte, aguantó bien las críticas y los comentarios sarcásticos. Era un tiempo en el que el negocio de la relojería florecía por toda la región, hasta el más modesto relojero podía hacer una fortuna, y sin embargo él, pese a toda su meticulosidad, no había sido capaz de triunfar.
Es entre 1865 y 1867 cuando la construcción del mecanismo soñado por Roskopf entra en fase de producción. Su objetivo era construir un reloj que diera la hora de forma precisa, no podía entender que un reloj, por muy humilde que fuera, no cumpliera con su función. Mientras, Roskopf dudaba sobre el nombre que le iba a dar a su nuevo reloj, dudaba entre “reloj para los pobres” o “reloj proletario”.
Para conseguir su objetivo de fabricar un reloj por 20 francos, poco menos de la paga semanal de un obrero no cualificado de la época, y que era unas cuatro veces menos que lo que costaban los de la competencia, Roskopf estaba dispuesto a sacrificarlo todo, excepto la calidad de las partes esenciales. Desde el principio, se buscó a toda costa la reducción del número de partes móviles y la simplificación del sistema de montaje.
Con estos principios en mente, Roskopf escogió el escape de cilindro para su reloj. Aunque más tarde lo cambió por uno de clavijas. El escape (una imagen vale más que mil palabras, ver animación en la que se muestra su funcionamiento) es el mecanismo encargado de convertir el movimiento continuo del muelle espiral del reloj en uno oscilante. Sin él, el muelle se desenrollaría sin control. Sin ser el elemento más importante para la precisión de un reloj, el escape juega un papel crucial en ella.
El escape escogido por Roskopf, el de clavijas, era una versión barata del escape de paleta, que usaban los relojes más caros. Este escape sustituía las paletas de rubí, material muy resistente al desgaste, por unas clavijas de acero, no tan resistentes, pero sí mucho más baratas.
Pero, sin duda, la innovación cuya aplicación resultó clave para el éxito del reloj fue el uso del porte-echappement. La idea era colocar el escape sobre una plataforma independiente del resto de mecanismo del reloj, y que era además intercambiable. El escape se convertía, así, en un componente que se podía fabricar y ajustar de forma separada al resto del tren de ruedas. El montador final, por su parte, se limitaba a atornillar la plataforma a la base del mecanismo del reloj y realizar un único ajuste, lo cual también simplificaba y abarataba su colocación.
Aunque, ni el uso de una plataforma para el mecanismo de escape, ni el escape de clavija eran ideas nuevas. Roskopf sí que tuvo la intuición de que este escape era el que mejor se adaptaba a sus necesidades. Roskopf, además, ideó un método para fabricar este tipo de escape de una manera fácil y usarlo de manera práctica en un reloj de bolsillo.
Otra característica del mecanismo del nuevo reloj era la omisión de la rueda central, el minutero pasaba, así, a engranarse directamente con el barrilete del muelle. Esto permitía emplear muelles más grandes que proporcionaban una mayor fuerza, y a su vez simplificaba todo el mecanismo.
Otra reducción de coste fue la eliminación de un mecanismo de puesta en hora. Las manecillas, que eran suficientemente robustas, se podían mover directamente con el dedo. Los cual simplificaba el mecanismo de cuerda, que, a su vez, era también nuevo. Lo habitual en los relojes de bolsillo de la época era que necesitaran una llave para darles cuerda, pero Roskopf prescindió de la llave y utilizó una corona colgante. Para dar cuerda, bastaba con hacer girar esta corona, situada en la parte superior del reloj. La idea tampoco era propia de Roskopf, pero hasta 1880 la mayoría de relojes siguieron necesitando de una llave para darles cuerda.
Por último, Roskopf utilizó para su reloj un muelle sin fin, es decir, un muelle fijado por fricción, al que se le puede dar cuerda indefinidamente sin riesgo a romperlo. Cuando el muelle ha llegado a su máxima tensión, si se continua dando cuerda lo único que se nota es un “saltito”.
La elección de la carcasa acorde con el mecanismo no fue tampoco fácil. Para Roskopf esta tenía que ser suficientemente sólida para que “un hombre pudiera aguantar a un hombre sobre ella sin resentirse”. Las primeras pruebas se hicieron con latón inglés. La parte anterior de la carcasa tenía que ser de cristal y, además, se tenía que poder abrir para poner el reloj en hora, la posterior, no tendría que tener bisagra alguna, de tal manera que nadie tuviera la tentación de abrirla para ver el mecanismo, dándole una oportunidad al polvo para colarse y ensuciarlo.
Roskopf no tardó en comprobar que el latón no era el material que buscaba. El latón plateado se usaba en los relojes baratos, pero él quería un tipo de metal que fuera capaz de mantener su calidad pese al uso. Posteriormente, lo intentó con una aleación de níquel, zinc y cobre, llamada plata alemana.
Al mismo tiempo que Roskopf iba dando los toques finales al diseño de su reloj proletario, empezó a buscar los proveedores para que fabricaran y le suministraran sus piezas. Fue un proceso largo y, como no podía ser de otra manera, marcado por la meticulosidad de Roskopf. No fue fácil encontrar algunos proveedores. En 1866, Roskopf hizo el pedido de dos cajas de ebauches (maquinarias de reloj) a un relojero local y pidió a otro que le fabricara los escapes. Los dos declinaron el pedido, según se cuenta, por la novedad de su reloj.
Al año siguiente tuvo más suerte. Por fin, Roskopf pudo fabricar los primeros relojes, usando mecanismos y cajas de Malleray Watch Co, y otras partes de otros muchos proveedores. Finalmente, a mediados del 1867 parecía que todo estaba listo para empezar con la fabricación del nuevo reloj. Era el momento decisivo y Roskopf estaba angustiado y asustado, ansioso preguntándose que haría él con sus 2.000 relojes que quizás nadie quisiera comprar.
El primer pedido había sido para producir 2.000 relojes. Sin embargo, a finales del primer año, el negocio empezaba a despegar, y ya había pedido 20.000 maquinarias más. Ese mismo año Roskopf envió su reloj a la Exposición Universal de Paris, aunque había otros 152 relojeros suizos, para sorpresa de todos ellos, incluido él mismo, Roskopf ganó la medalla de bronce. Numerosas empresas extranjeras se interesaron por el reloj e hicieron pedidos, sin embargo, eran sólo pedidos de prueba, de pocas unidades, en algunos casos motivados por la curiosidad.
Aunque los relojes Roskopf estaban pensados para el proletariado, este no fue su primer cliente, sino aristócratas y oficiales del ejército. En 1867 contrató a Charles Léon Schmid para vender la producción, 500 o 600 mensuales. Charles tuvo la brillante idea de enseñar el reloj a los ejércitos de varios países europeos y varias compañías de ferrocarril. En seguida, la producción no podía dar abasto con la demanda.
En 1870 Roskopf presentó su segundo diseño, que incorporaba un mecanismo para su puesta en hora. El nuevo reloj era sólo 5 francos más caro. Roskopf además aprovechó para reducir aún más el número de partes y simplificar el ajuste del escape e introducir un nuevo sistema de cuerda. Para entonces, el éxito del reloj de Roskopf era tal, que abundaban los imitadores. Precisamente, con esta nueva mejora Roskopf pretendía no sólo mejorar el producto, sino diferenciarse de ellos.
Cuando Roskopf ideó su reloj, Suiza no contaba con ningún sistema de patentes, no ocurría lo mismo en Francia, donde Roskopf si que patentó su invención, aunque la patente sólo era válida si los relojes se fabricaban en Francia. Los socios locales de Bélgica y Estados Unidos, de acuerdo con Roskopf, también patentaron su sistema de escape intercambiable.
Aunque Roskopf nunca estuvo celoso de sus imitadores. La idea de fabricar buenos relojes a buen precio no era lo que le molestaba, sino que estos no fueran fieles a sus principios y construyeran relojes de una calidad inferior con la única motivación de ganar dinero fácil. Algunos incluso contrataban a sus proveedores y trabajadores para fabricar las imitaciones. Abundaron los relojes con la leyenda “Sistema Roskopf”, “Rosskopf”, “J. Roskopf”, “W. Roskopf”,…
Aunque muchos de estos imitadores, según Roskopf, acabaron haciendo más dinero con su reloj que él mismo, realmente, no dañaron su negocio, ya que él no hubiera sido capaz de atender todos los pedidos. Era un hombre demasiado meticuloso, demasiado metódico, para haber podido llegar a una verdadera fabricación en masa.
A finales del 1869, la fabricación del reloj proletario ya funcionaba a todo ritmo. Roskopf empezó a saborear los frutos de su trabajo. Su éxito hizo que aquellos que antes habían sido incrédulos o incluso hostiles con él, ahora se acercaran a él. Pero fue precisamente entonces, cuando su esposa, que tanto le había apoyado en vida, murió. Su muerte, en febrero de 1872, le afectó de tal manera que al año siguiente, 1873, pasó su negocio a Wille Frères y Ch. Léon Schmid, y se retiró a Berna, donde murió en 1889, a la edad de 76 años.
A su muerte varias compañías se pretendían ser sus auténticas sucesoras. Aunque era Wille Frères y su socio los que tenían los derechos. Entre ellas, la creada por el hijo de Georges Frederic Roskopf, que vendió 20 millones de relojes después de la muerte de su padre bajo la marca F-E.Roskopf. Más tarde el hijo de este, nieto de Roskopf, vendió unos 10 millones, este bajo la marca “Roskopf Nieto”.
PS: Mirando el reloj de mi abuelo, un recuerdo de él y de mi infancia, reparé en la leyenda “ROSKOPF PATENT-LEGITIMO”. Busqué en internet y comprobé que era el reloj de muchos abuelos y que tenía una historia interesante, o por lo menos así me lo pareció a mí, detrás. Aunque no fui capaz de determinar si el reloj era original, tiene más de 40 años y aún funciona.
Enlace permanente a Roskopf, el relojero de los pobres.
+posts:
- El sueño que revolucionó la fabricación de perdigones
- El hombre que se hizo rico exportando hielo a La Habana y Calculta
- Los aeropuertos flotantes del Atlántico
- El Mecanismo de Anticitera, el primer ordenador de la historia
- El carro que apunta hacia el Sur, el antecedente mecánico de la brújula
+info:
- History and Desing of the Roskopf Watch (PDF) by Eugene Buffat
- Roskopf Watches by Ulrich Bretscher
- Georges Frederic Roskopf in en.wikipedia.org
- Todo lo que hay que saber de los relojes Roskopf por Manolo Ramón y Relojano en inforeloj.com Leer más »
sábado, 25 de julio de 2009
La cocina de los Blogs
Hace unos días, kurioso, un liante ;-), nos propuso participar en una iniciativa simpática. Se trataba de responder a unas preguntillas y enseñar cómo era nuestra cocina, bueno, yo me enteré después que lo de la cocina era sólo una metáfora, es igual ;-)
Si queréis ver donde se cocina este blog y muchos otros, no os perdáis La cocina de los Blogs, los más valientes, hasta se atrevieron a salir con las manos en la masa.
Muchas gracias, kurioso, y felicidades por el gran trabajo!
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martes, 21 de julio de 2009
Zheng He y la Flota del Tesoro
Casi un siglo antes que Colón llegara a América, en un tiempo en que China era una de las naciones más ricas y avanzadas del mundo, Zheng He lideró la más grande armada que jamás se hubiera visto, más de 300 barcos, algunos de más de 100 metros de eslora y 50 de ancho. Zheng He y su flota visitaron lugares tan lejanos como Arabia o Kenia. Sin embargo, años más tarde, cuando estas expediciones habían convertido a China en la potencia dominante del sudeste asiático, los viajes se abandonaron de manera brusca. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera sido así?
Zheng He había nacido en 1372 en la pobre y montañosa provincia china de Yunnan, en el momento en que el poder de los mongoles estaba empezando a ser sustituido por el de una nueva dinastía local, los Ming. Con tan sólo diez años fue capturado por los ejércitos Ming, su familia era musulmana y había luchado al lado de los mongoles. Como era costumbre con los prisioneros que eran hombre, lo castraron, un proceso al que muchos no sobrevivían.
Zheng He, convertido en eunuco, fue enviado a la corte en Beijing a servir a un gran príncipe, Zhu Di. El príncipe y Zheng He conspiraron para derrocar al sobrino de Zhu Di, el emperador de China, y se acabaron enfrentado a él. Finalmente, los rebeldes tomaron la capital, Nanjing, y el príncipe fue entronizado como el emperador Yongle el 17 de julio de 1402.
Una vez conseguida la victoria, el nuevo emperador estaba ansioso por demostrar su legitimidad y mostrar las riquezas y poder de su nuevo imperio al mundo. Al mismo tiempo, Yongle pretendía impulsar el comercio marítimo, una actividad que hasta entonces había sido despreciada y que él creía que podía convertirse en una fuente de ingresos muy provechosa para el estado al no recaer sobre los campesinos.
Una de las primeras acciones del Yongle al llegar al poder fue recompensar a Zheng He, que había destacado sobre el resto de sus comandantes durante la revuelta, nombrándolo almirante. Junto al nuevo cargo, Zheng He recibió el encargo de construir una gran flota para navegar y comerciar por los mares de Oriente. Se trataba de una gran misión, pero también peligrosa, tormentas, tifones, monstruos marinos, piratas y sultanes le esperaban. Zheng He contaba con la ayuda de mapas, aunque algunos eran de hacía siglos, que describían la costa, las posiciones de las estrellas y los puntos en los que se podían abastecer de agua potable.
Para cumplir las órdenes del emperador se construyeron unos gigantescos astilleros en la rivera del rio Yangtze, a las afueras de Nanjing, y que hoy aún se conservan. En total, entre 1403 y 1407 más de 1600 naves fueron construidas o remodeladas en esos astilleros.
Aparte de los fines comerciales, los motivos que impulsaron a Yongle a emprender semejantes expediciones no están del todo claros y pudieron ser múltiples. Por un lado se baraja la posibilidad que las expediciones hubieran sido un intento de encontrar al anterior emperador, Jianwen. Se había extendido el rumor que Jianwen no había muerto en la caída de Nanjing al no encontrarse su cadáver, por lo que estas expediciones podían haber servido para buscarle. Además, en el caso de que Jianwen estuviera vivo y buscando apoyo extranjero, la flota podía constituir una advertencia para sus posibles aliados.
La búsqueda de animales y plantas exóticas, especialmente con fines medicinales, podía también estar detrás de la creación de la flota, junto con el intento de establecer relaciones diplomáticas o la lucha contra la piratería. Aunque para muchos estudiosos el aspecto más crucial para la creación de la flota fue el propio carácter megalómano del emperador Yongle.
La primera expedición imperial zarpó en otoño de 1405. En total 317 barcos, con velas rojas y banderas de seda en los mástiles, a bordo de los cuales había más de 28.000 hombres, al mando, Zheng He. Durante más de dos años de travesía visitaron Sumatra y Sri Lanka, y oyeron por primera vez de la existencia de “Mouxia” (Moisés), que ubicaron erróneamente en la ciudad y creyeron formaba parte de la religión hinduista. Tuvieron enfrentamientos con piratas en las proximidades del estrecho de Malaca y sufrieron algún que otro tifón.
La flota de Zheng He era una especie de ciudad flotante. Tenía barcos que llevaban caballos, otros tropas, había, también, barcos de guerra, patrulleras y unos 20 barcos cisterna que transportaban agua. De entre todos estos barcos destacaban los más grandes, los “Barcos del Tesoro”. Su tamaño exacto aún se discute, ya que no se ha conservado ninguno. Según las descripciones de la época, hace unos años se interpretaba que su longitud podía ser de unos 137 o 150 metros. Hoy asumiendo como referencia otra unidad de medida, se cree más probable que estas descripciones se refirieran a una longitud de 120 metros y una anchura de 50. Y aún así, se trataría de los mayores barcos jamás construidos en madera.
Otros estudiosos sostienen que estos barcos podrían haber sido aún más grandes, se basan para ello en cálculos a partir de hallazgos y restos arqueológicos. El descubrimiento de un timón enterrado en el barro cerca de los astilleros de Nanjing permitió deducir que la eslora del barco en el que estaba montado podría haber sido de entre 160 y 180 metros. El tamaño de las atarazanas de Nanjing, dos de las cuales eran de 450 metros de largo y unos 64 metros de ancho, podría reforzar esa hipótesis.
Otros expertos, sin embargo, consideran del todo improbable que barcos de esas dimensiones pudieran navegar. Las investigaciones más recientes, y que son aceptadas por la mayoría estudiosos actuales, fijan la eslora de los barcos del tesoro entorno a los 60 metros. Una explicación para las dimensiones, aparentemente ineficientes, de los colosales barcos del tesoro es que el Emperador y sus burócratas sólo los usaban para sus desplazamientos de estado a lo largo del Yangtze. Por ejemplo, cuando acudían a pasar revista a la flota de Zheng He. En las aguas mucho más calmadas del Yantgze los gigantescos Barcos del Tesoro sí que podrían haber sido capaces de navegar.
Tomando las descripciones de la época como ciertas, los barcos tendrían un aspecto impresionante, con nueve mástiles, cuatro cubiertas y camarotes lujosos con balcones. Se da por hecho que eran mayores que cualquier otro barco anterior a ellos y varias veces el tamaño de las carabelas de Colón. Además, estaban mejor equipados, pues contaban con brújulas magnéticas y compartimentos estancos. Incluso algunas descripciones afirman que tenían parcelas de tierra a bordo. Pero pese a toda esta organización la vida no era fácil. Zheng He perdió muchos de ellos por las tormentas y muchos otros se estrellaron contra la costa, las enfermedades también eran comunes abordo y muchos hombres murieron por ellas.
Inmediatamente después del retorno de la primera flota, se iniciaron los preparativos de una segunda. Era una flota mucho menor, sólo 68 barcos, con objeto de devolver a los embajadores traídos por la primera a sus países de origen.
El tercer viaje comenzó en 1409 con sólo 48 barcos. Visitaron Vietnam, Temasek (el actual Singapur) y llegaron hasta Malaca, donde reconocieron la autoridad de un rey local para garantizar la estabilidad de la región. Prosiguieron hasta Sri Lanka y llegaron hasta Sumatra, allí erigieron una lápida conmemorativa de Buda, Alá y una deidad hindú, como muestra de respeto a las costumbres locales.
Existe una cierta confusión sobre las creencias religiosas de Zheng He, algunos lo describen como un musulmán ortodoxo que ayudó a extender su fe por el sudeste asiático. Se tiene constancia que durante sus expediciones colaboró en el traslado un gran número de musulmanes chinos a Malaca, Palembang y Surabaya (dos ciudades de Indonesia). Sin embargo, Zheng He siempre fue respetuoso con las demás religiones, fundamentalmente budismo y taoísmo, y no dudó en seguir sus rituales cuando lo creyó necesario. Tal vez por esto, algunos estudiosos consideran pudiera practicado alguna forma de sincretismo.
En efecto, aunque Zheng He era musulmán, rezaba y presentaba ofrendas a Tianfei. Los chinos creían que las tormentas eran causadas por dragones gigantes. Quemar incienso como ofrenda a la diosa Tianfei era una manera de calmar a esos dragones. A bordo de su flota, Zheng He consultaba a sus navegantes, pero también a sus astrólogos y sacerdotes taoístas.
En 1412 con el dinero obtenido del comercio de estas flotas se inició la construcción de la Torre de Porcelana de Nanjing, de casi 80 metros de alto. En los jardines que la rodeaban había plantas y animales traídos por las expediciones de Zheng He.
Las tres primeras flotas habían tenido como objetivo la mejora de las relaciones comerciales con el sudeste asiático. A partir de este momento, Yongle ordena la exploración de Arabia y África, lugares que, si bien no eran desconocidos para los chinos, no habían sido nunca explorados de manera sistemática. La cuarta flota partió en enero de 1414, esta vez eran 63 barcos y llegó hasta la India y las Maldivas.
Los soldados de la flota de Zheng He no solían inmiscuirse en las luchas locales, su función era más intimidatoria que de conquista y colonización, tal vez por la falta de tradición imperialista de China. Zheng He normalmente preferiría conseguir sus fines mediante el uso de la diplomacia, aunque tampoco se arrugaba si llegado el momento necesitaba recurrir a la violencia para impresionar a los pueblos extranjeros o hacerles pagar los tributos si estos se negaban.
Zheng He había tenido que utilizar la fuerza en los viajes anteriores y en este cuarto la tuvo que volver a utilizar para defenderse del candidato al trono de la ciudad de Semudera en Sumatra. La cuarta flota regresó en 1414 trayendo de invitado al rey de Bengala que llevó un curioso presente al emperador. Los chinos creyeron que se trataban de un quilin, un animal mitológico que sólo aparecía cuando existía un buen gobierno, aunque en realidad era una jirafa. Muchos en la corte felicitaron a Yongle por este buen augurio.
El quinto viaje se inició el 28 de diciembre de 1416. Después de visitar los puertos habituales del sudeste asiático, la flota llegó hasta la península Arábiga donde fueron bien recibidos y después se encaminó al sur, hasta Somalia.
La exploración y la curiosidad impulsaron un sexto viaje que comenzó la primavera de 1421. Aunque China había mantenido relaciones comerciales con África antes, esta seguía siendo una tierra “nueva”. La flota volvió a visitar Arabia y el este de África. Zheng He tuvo que regresar antes de completar el viaje, puede ser que para asistir a la inauguración de la Ciudad Prohibida.
Pese a que las sucesivas flotas habían convertido a China en la dominadora de gran parte del Océano Índico, parecía que el fin de estos viajes comerciales se acercaba. Por un lado, la clase dirigente confucionista, partidaria del aislacionismo, empezaba a recuperar la influencia perdida en la corte. Por otro, la construcción naval había empezado a caer en decadencia tras la renovación del Gran Canal en 1411. El canal ofrecía una ruta más rápida y segura para transportar grano que la marítima, la demanda para barcos marinos cayó. A su vez, el imperio empezó a tener problemas internos: hambrunas, epidemias, déficit, inflación,… Y además se vio envuelto en una guerra inacabable en una provincia rebelde al norte de Vietnam.
En 1424 el emperador, y gran valedor de Zheng He, Yongle, falleció y fue sucedido por su primogénito, el emperador Hongxi, que aunque tuvo un reinado de sólo 9 meses, se mostró contrario a continuar los viajes de la flotas. Hongxi fue a su vez sucedido por su hijo, Xuande, que al poco de llegar al poder, el 29 de junio de 1430, y preocupado por la pérdida de influencia en el exterior y la reducción del comercio tributario, ordenó iniciar los preparativos de una nueva expedición.
Sería el séptimo y último viaje para Zheng He. Debido al parón de 6 años desde el anterior, los preparativos fueron esta vez más largos, pero fue la mayor de todas las expediciones, en total, otra vez, más de 300 barcos. El objetivo era restaurar la tranquilidad en los mares. La flota se dividió en dos grupos, uno de ellos llegó tan al sur como Kenia y Mozambique, el otro, al mando del cual estaba Zheng He, se dirigió hacia el golfo Pérsico. Zhenge He murió antes de llegar al golfo Pérsico y aunque tiene una tumba en China, esta está vacía, como los grandes almirantes, Zheng He fue enterrado en el mar.
La flota sin su almirante regresó en 1433 con nuevos embajadores y cinco nuevos quilin. Hongxi se mostró satisfecho por la restauración del comercio tributario, pero murió en 1435. El nuevo emperador, Jungtong, llegó al trono con apenas siete años de edad y se convirtió en un títere en mano de los eunucos. En 1449 fue capturado por los mongoles. Los confucionistas, que acusaban a los eunucos de tal desastre, aconsejaron deshacerse de ellos y les prohibieron participar en el comercio ultramarino.
Los confucionistas eran mucho más conservadores que los eunucos, veneraban la autoridad y el modo de vida rural, no la innovación y el comercio. Las creencias confucionistas consideraban poco apropiado que una persona viajara al extranjero mientras sus padres aún estaban vivos. Además, creían que poco tenían que ofrecer las naciones “bárbaras” a la mucha más avanzada, y ya próspera, China.
Eventualmente la élite confucionista prohibió la construcción de buques con más de dos palos y la navegación marítima (edicto Hai Jin). Zheng He fue cayendo en el olvido, e incluso llegó a ser visto como una figura negativa por ser contraria a las ideas confucionistas. La información de los dos últimos viajes, los más lejanos, fue destruida por los funcionarios del emperador Ming, probablemente para evitar más “despilfarros” al país.
Mucho se ha especulado sobre qué habría sucedido si China hubiera mantenido las expediciones navales, pero la realidad es que finalizaron de forma abrupta, lo que sin duda se convirtió en una oportunidad perdida y facilitó la exploración europea. Además de los problemas que ya habían provocado el primer parón después del sexto viaje. El imperio Ming se encontró con cuestiones más urgentes. Los mongoles volvían a constituir una amenaza al norte, lo que desvió la inversión militar del caro mantenimiento de las flotas del tesoro. La inflación convirtió a los billetes Ming en poco fiables y dejaron de ser aceptados en el extranjero, se exigió el pago mediante bienes materiales, condiciones menos atractivas para los chinos.
Con motivo del 600 aniversario de su primer viaje, se inició una recuperación de la figura de Zheng He, promovida por el gobierno chino, gracias a la apertura de museos, construcción de réplicas de sus barcos del tesoro, series de televisión y libros. La imagen de Zheng He como embajador cultural de buena voluntad, marino de un país poderoso, pero amante ferviente de la paz, fue utilizada por el Partido Comunista Chino, para demostrar a sus propios ciudadanos que China estaba recuperando su gloria pasada, a la vez que para tranquilizar a los países vecinos demostrándoles que China podía ser fuerte sin convertirse por ello en una amenaza.
Pero incluso en la misma China, el uso de historia pobremente documentada como moderna propaganda causó un cierto rechazo. Algunos estudiosos criticaron la campaña por ser sólo una distorsión, que olvidaba que Zheng He trataba a los extranjeros como bárbaros y a la mayoría de países como estados vasallos. Los críticos con la campaña rebajaban, también, los logros de sus viajes, que, según ellos, sólo sirvieron para recaudar impuestos para un emperador megalómano y derrochador.
Gracias a mi amiga Arbocenk por la sugerencia del tema, y ya van una cuantas ;-)
PS: En el best-seller “1421”, el antiguo oficial de marina británica, Gavin Menzies, afirma que los barcos de Zheng He acabaron por llegar a América y dar la vuelta al mundo. Algunos especialistas coinciden con él en que los chinos pudieron llegar a Australia 300 años antes que el capitán Cook, aunque la mayoría consideran las afirmaciones de Menzies meras suposiciones no probadas.
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+info:
- Swimming Dragons in BBC.co.uk
- China Has an Ancient Mariner to Tell You About NewYorkTimes
- Zheng He en es.wikipedia.org - en.wikipedia.org
- Sultan’s Lost Treasure in Nova Online
- The Next Asian Journey in TIMEasia.com Leer más »
martes, 14 de julio de 2009
William H. Mumler, el fotógrafo de los espíritus
A mediados del siglo XIX, William H. Mumler descubrió, por accidente, que él y su cámara fotográfica eran capaces de captar algo que el ojo humano rara vez alcanzaba a ver: los espíritus de los muertos. Mumler enseguida convirtió su sorprendente “hallazgo” en un lucrativo negocio. Aunque, desafortunadamente para él, sus inquietantes fotografías, en las que se veía a sus clientes acompañados por sus familiares difuntos, no tardarían en llevarlo ante los tribunales.
Mumler comenzó su carrera ofreciendo de puerta en puerta sus habilidades como “médium capaz de fotografiar a los espíritus”, era uno más del cada vez mayor número de manifestaciones espiritistas que habían comenzado en 1848 con las hermanas Fox de Hydesville (Nueva York). Sus sesiones de espiritismo en las que los espíritus inclinaban y daban golpes secos sobre la mesa habían causado sensación por todo el país. Boston, que aunaba la tradición de disidencia intelectual y entusiasmo por lo trascendental, se había convertido en la capital de todo este movimiento y atraía espiritistas de todos los lugares del país. Todo esto coincidió con la llegada de la nueva era de la tecnología científica –la fotografía, la electricidad y el telégrafo– la gente veía y escuchaba lo inexplicable.
Los Estados Unidos de 1860 era un país afligido por el dolor, inmerso en la guerra civil y la enfermedad. En los sangrientos campos de batalla del Sur, los fotógrafos capturaban la tristeza y la pérdida en blanco y negro. Los supervivientes, desesperados por encontrar algún signo de vida duradera, se aferraban a cualquier esperanza por pequeña que fuera. Y las fotografías que capturaban espíritus era una esperanza más que visible.
Mumler se inició en el arte de la fotografía espiritista por accidente en 1861, cuando tenía 29 años y trabajaba de joyero en Boston. En su autobiografía, “The Personal Experiences of William H. Mumler in Spirit Photography”, Mumler, que era también aficionado a la fotografía, explica que un día, mientras trabajaba en un auto-retrato, descubrió la forma misteriosa de una chica joven en el negativo. Mumler reveló la curiosidad y se la enseñó a sus amistades, diciéndoles que era muy parecida a una prima suya muerta.
De carácter jovial y siempre dispuesto para la broma, decidió bromear con una amigo espiritista y fingir que la fotografía era una impresión real del más allá. El amigo se tragó el anzuelo, y enseguida la noticia empezó a correr por la ciudad, y el diario espiritista “The Banner of Light” (La bandera de luz) se hizo eco de ella.
El espíritu de su prima con toda probabilidad no era más que el residuo de un anterior negativo capturado con la misma placa. Sin embargo, rápidamente aquel residuo se convirtió en una revelación, y Mumler en el oráculo de la cámara, acababa de nacer la fotografía espiritista. Mumler no tardó en dedicar todo su tiempo al negocio de la fotografía, y abrió su primer estudio. Su mujer, Hannah, se unió al negocio. Hannah era la encargada de recibir a los clientes, con los que acostumbraba a tener una pequeña charla en la que solían hablar de los espíritus que querían ver aparecer, antes de pasar a la sesión de posado. Hannah se había ganado una reputación como clarividente y a menudo hablaba sobre los espíritus que rodeaban a los clientes de su marido. Mumler, sin embargo, era sólo una parte pasiva, que se encargaba de canalizar hacía la cámara la fuerza que circulaba a través de él. Tan simple como eso.
Los honorarios de Mumler eran extravagantes. En el momento más álgido de su éxito, Mumler cobraba 10 dólares por una docena de fotografías, cinco veces el precio habitual de la época, sin garantía alguna que aparecieran “extras” en ellas. Muy a menudo, así ocurría y sus clientes tenían que pagar por varias sesiones fotográficas.
Los fotógrafos de Boston no estaban tan encantados como sus clientes con Mumler. James Black, uno de estos fotógrafos, creía que todo era un timo, y creía saber cómo lo hacía. Black se apostó 50 dólares con Mumler que sería capaz de descubrirle. Examinó la cámara de Mumler, la placa y su sistema de procesado, incluso llegó a entrar en el cuarto obscuro con él. En su autobiografía, Mumler habla de la asombrosa incredulidad de Black cuando una imagen con forma fantasmagórica apareció en el negativo.
La técnica que usaba Mumler para hacer sus fotografías era objeto de gran especulación. En 1863 en un ensayo para el Atlantic Monthly, Oliver Wendell, otro ávido fotógrafo, no sólo explicaba paso a paso las instrucciones para obtener una doble exposición, sino que además hacía referencia a la popularidad de las fotos de Mumler: “con un fondo apropiado, fotografías así son un refugio para las mentes débiles”. Para Wendell, una madre que acababa de perder a un hijo, y quería tener una foto de su espíritu, poco le bastaba para verlo. Una mancha con apariencia de ropa de niño en la foto, y una confusa forma redondeada le bastaría para convertirla en su cara.
Aunque muchos de los espíritus de Mumler encajaban en esa descripción de “forma confusa”, la mayoría de sus apariciones tenían facciones humanas y se entrecruzaban con los vivos. Eran espíritus, no fantasmas, y en esta diferencia residía el éxito de Mumler. Mumler retrataba lo que los espiritistas veían, que después de la muerte había un paraíso, con sus propias escuelas, granjas y relaciones personales, pero sin muerte.
El negocio de Mumler empezó a decaer a medida que sus apariciones empezaron a ser consideradas una estafa. Incluso algunos prominentes espiritistas se habían quedado atónitos al descubrir que algunos de los espíritus que aparecían en las fotografías de Mumler eran personas que todavía estaban vivas. En otros casos, se acusaba a Mumler de haber entrado en las casas de sus clientes y haber robado fotos de sus familiares muertos. Cartas enviadas a los periódicos dieron a conocer estas dobles-exposiciones, y la reputación de Mumler se resintió. Mumler no dijo nada, no se defendió, pero con el negocio a la baja decidió que era mejor mudarse a otra ciudad.
En 1868 Mumler llegó a Nueva York, ocho años después de sus inicios como fotógrafo espiritista. En Nueva York siguió con ese oficio y en tan sólo un año, en el que tomó unas 500 fotografías, se convirtió en el fotógrafo espiritista más conocido de la ciudad. Otra vez ese éxito lo puso en el punto de mira de los escépticos, esta vez fue el New York Sun el que envió a Charles Livermore, un financiero que era también espiritista, a tratar de desenmascarar el engaño.
Livermore posó para Mumler y después lo acompañó al cuarto de revelado. La sesión de revelado parecía de lo más normal, hasta que, de manera sorprendente, otra figura apareció detrás de él, abrazándole. Livermore era escéptico hasta aquel momento, pero entonces creyó. Allí delante de sus ojos, de la nada, su esposa muerta había vuelto a él. Su espíritu le había atrapado. Allí estaba la prueba, la foto, para todos los escépticos y críticos.
El 16 de marzo de 1869, otro caballero visitó el estudio de Mumler en Broadway. Se presentó como William Bowditch y solicitó a Mumler un retrato con un familiar difunto. Después de pagar por la fotografía, pero no poder ver el espíritu prometido, Bowditch reveló que él también escondía un secreto: su nombre verdadero era Joseph Tooker y era en realidad un alguacil de la ciudad de Nueva York trabajando de incógnito – era el final de una investigación policial contra Mumler.
A principios de mes, un editor de ciencia del periódico World había hecho llegar al alcalde Hall las quejas contra Mumler de los miembros de una reputada sociedad de fotógrafos de Nueva York. Estos preocupados por mantener la fotografía como una medio veraz y fiable, y dándose cuenta de su extraordinario poder, expresaron su indignación contra el trabajo de Mumler y exigieron una acción inmediata. Tooker arrestó a Mumler el 12 de abril por “estafar a gente crédula con lo que él llamaba fotografías de espíritus”.
“Espiritismo a los tribunales”, “Un fraude estupendo”, “El presunto timo de la fotografía espiritista” – los periódicos de Nueva York reflejaban en sus titulares la detención de Mumler. El interés que generó entre la población fue inmenso. El 21 de abril dio comienzo la vista preliminar, la sala estaba llena de espiritistas que se habían dado cita para mostrar su apoyo a Mumler. Para la prensa como para la acusación, William Mumler era sólo un símbolo, el verdadero acusado era el movimiento espiritista.
El juicio se abrió con la llamada al estrado del alguacil Tooker por parte del fiscal . Tooker relató detalladamente su sesión fotográfica con Mumler, y entonces, aparentemente convencido que el testimonio de Tooker era más que suficiente para el procesamiento, el fiscal concluyó su alegato.
Mumler había reunido un equipo de defensores un tanto pintoresco, liderado por John D. Townsned, un agresivo abogado. Los primeros testigos llamados fueron fotógrafos, todos ellos habían comprobado concienzudamente el trabajo de Mumler en su estudio sin detectar ninguna triquiñuela. A los fotógrafos les siguió un desfile de clientes. Uno a uno, estos corazones afligidos testificaron en defensa de su oráculo, aferrándose a sus fotografías, que se enseñaron a la sala y pasaron a convertirse en pruebas.
Livermore, el financiero enviado por The Sun, aseguró que era su mujer la que aparecía en sus fotografías, todos sus amigos lo corroboraban. “Fui allí con mi ojos abierto, como un escéptico”, dijo Livermore. Había tratado de ser más listo que Mumler: Aunque tenía cita para el martes, fue el día de antes, “para desconcertarlo. De repente, cambié de postura para frustrar cualquier preparativo… Estuve atento en todo momento”.
Quizás el testimonio más desgarrador fue el de Luthera Reeves, que identificó el espíritu de su foto con el hijo que había perdido. Su chico, explicó, había sufrido la misma desviación de columna que el espíritu. Así que, debía de ser él. Con estos testigos, la defensa había puesto en serías dificultades al fiscal: ¿Cómo podía Mumler ser acusado de engañar a gente que claramente sostenía ver a sus seres amados en las fotografías?
La acusación se dio cuenta que había cerrado su caso demasiado pronto, y de que el testimonio del alguacil sería insuficiente para probar el fraude de Mumler. Así que reabrió el caso y llamó a declarar a su propia batería de fotógrafos, cada uno de los cuales explicaba con sumo detalle como usando exposiciones dobles, cómplices disfrazados, lentes y otros trucos, Mumler podía crear sus apariciones. Uno de los fotógrafos explicó algunos de los errores de la foto de Livermore. El financiero proyectaba una sombra en una dirección, mientras que el espíritu de su mujer lo hacía en la otra, un efecto que sólo era posible conseguir con dos fuentes de luz diferentes. Las imágenes habían sido tomadas de manera separada. Era o una doble exposición o un negativo manipulado. Además, ¿Por qué debería un ser etéreo proyectar sombra alguna?
Phineas Taylor “P.T.” Barnum fue llamado como testigo de la acusación y ofreció una de sus más grandes actuaciones. Como rey nacional de la farsa y el espectáculo, su apariencia en el tribunal causó sensación. Barnum había publicado hacía poco un libro sobre espiritismo, tachando a sus partidarios de “blasfemos saltimbanquis e impostores”. En ese mismo libro, Barnum hablaba de una compra de fotografías espiritistas unos años antes para su museo. Durante su testimonio, Barnum aseguró que la persona a la que había comprado esas fotografías no era otro que William Mumler. Según Barnum, él mismo había intercambiado cartas con Mumler, en las que este había confesado que sus fotografías eran falsas. Desafortunadamente, según dijo Barnum, esas fotos se habían perdido cuando se quemó su museo en 1865.
Barnum, en un intento de mostrar lo fácil que era fotografiar espíritus, mostró una foto suya con el mismísimo espíritu de Abraham Lincoln, una fotografía bastante similar a las que acostumbraba a hacer Mumler, y que el fotógrafo Abraham Bogardus había obtenido mediante la doble exposición.
El abogado defensor aprovechó la reputación de farsante que tenía Barnum para desacreditarlo, “es un hombre de apesta a fraude”. Cuando no pudo aportar ninguna de las cartas que supuestamente le había escrito Mumler, lo tachó de mentiroso. El abogado también le recordó algunas de las curiosidades que Barnum había exhibido en su museo, como la “Sirena de Feejee” o el “Caballo Lanudo”, y de ser uno de los más grandes charlatanes.
El 3 de mayo, Mumler, que no había dado muestras de nerviosismo durante el juicio, subió por primera vez al estrado para dirigirse al tribunal. Una vez más, no reconoció nada: “Aseguro que no he usado ninguna triquiñuela ni aparato, ni tampoco me he aprovechado de ningún fraude o engaño, a la hora de tomar las fotografías.”
Cuando Mumler acabó, el abogado de la defensa y el fiscal comenzaron sus alegatos finales. Townsend habló durante dos horas y acabó asegurando que “hombres como estos habrían colgado a Galileo, si hubieran vivido en su día”. Su argumentación había sido larga pero poderosa y bien fundamentada. El fiscal, por el contrario, ofreció una errática disertación que iba desde las alucinaciones, pasando por los fantasmas bíblicos y la naturaleza pagana del espiritismo, hasta los nueve métodos de “fabricar” espíritus. “No hay prueba alguna de nada espiritual” en las fotos de Mumler, “sólo evidencias de que ciertas personas creen que existen”.
Y entonces, sin más dilación, el juez pronunció su veredicto. Un veredicto ambiguo y confuso. El juez daba la razón al fiscal afirmando que estaba “moralmente convencido” que Mumler utilizaba el “engaño y el fraude”. Sin embargo, ponía en libertad al fotógrafo. El fiscal había sido incapaz de señalar que engaños usaba Mumler y, entonces, no había caso.
Fue una decisión que no satisfizo a ninguna de las partes. ¿Tomó el juez la decisión más fácil? O ¿consideró que en cuestión de fe y creencias existen varios grados de realidad y de verdad, y él no tenía potestad para decidir sobre ellos? En cualquier caso, Mumler fue liberado, y sus camaradas del movimiento de la “nueva luz” celebraron la liberación de su mártir.
Aunque Mumler había conseguido una cierta fama gracias al caso, su reputación y sus finanzas se habían resentido seriamente. Inmediatamente después del juicio decidió dejar Nueva York y volver a Boston, donde abriría otro estudio fotográfico, aunque mucho más modesto. Mumler continuó con su extraña profesión, fotografiando creyentes a los que proporcionaba sus dudosos consuelos. En esta época final es cuando Mumler realizaría su foto más famosa, la de la viuda de Abraham Lincoln con el espíritu de este.
Según una versión de la historia, Mary Todd Lincoln entró en el estudio de Mumler oculta bajo un velo negro y dando un nombre falso. Mary, destrozada por el asesinato de su marido y la muerte de tres de sus cuatro hijos antes de que cumplieran los 18, había recurrido hacía tiempo al espiritismo para obtener consuelo, pero se sabía muchos de sus trucos y fraudes. Decidida a no dejarse engañar, no reveló su rostro hasta justo el momento de la foto. Mumler no la reconoció, o eso aseguraba, hasta el momento de revelar la fotografía, el momento en que el espíritu de su marido apareció detrás de ella, apoyando sus manos sobre sus hombros.
Mumler moriría a los pocos años, en 1884. Su talento como fotógrafo sólo rivalizó con su talento como artista de la estafa, pero murió pobre, no consiguió recuperarse de los 3.000 dólares que le costó su defensa, una pequeña fortuna en aquella época. Pese a todas su vicisitudes, Mumler mantuvo hasta el final que él era “únicamente un mero instrumento” para la revelación de la “hermosa verdad”. Para que nadie pudiera probar lo contrario, Mumler destruyó todos sus negativos poco antes de su muerte.
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- La casa encantada de los Winchester
- 1835, cuando se descubrió vida en la Luna
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- The Ghost and Mr. Mumler in historynet.com
- William H. Mumler in en.wikipedia.org
- The Mumler Mystery in The American Museum of Photography Leer más »
martes, 7 de julio de 2009
El pozo más profundo de la Tierra
En la península de Kola, cerca de la frontera con Noruega, se encuentra el pozo más profundo perforado jamás por el hombre. El objetivo inicial de los soviéticos era llegar hasta los 15.000 metros de profundidad tomando muestras y realizando mediciones que permitieran entender un poco más la naturaleza de la corteza terrestre. Años más tarde, no sería de estos resultados de los que se harían eco los tabloides, sino del supuesto descubrimiento del mismísimo infierno.
Aunque es posible dibujar una sección detallada de la Tierra, esta está basada puramente en métodos geofísicos indirectos, en su mayoría métodos sísmicos. Mientras no se puedan realizar comprobaciones directas, siempre quedará un cierto grado de incertidumbre. En cierta manera, el conocimiento del interior de la Tierra es similar al que podríamos tener del cuerpo humano si todo su estudio se hubiera limitado a su observación a través de rayos X, pero jamás se hubiera examinado su interior.
Se sabe que las aéreas continentales de la corteza terrestre tienen un grosor medio de unos 30 km, grosor que se reduce a entre los 5 y 10 km bajo los océanos. En ambos casos, la corteza se encuentra situada sobre otra capa llamada manto, que puede ser detectada porque transmite las ondas sísmicas a una velocidad mucho mayor que la corteza. Si bien esa velocidad también varía dentro de la misma corteza.
Los soviéticos escogieron para la perforación de su pozo superprofundo un lugar en la inhóspita península de Kola, cerca de una explotación minera de níquel próxima a la superficie. En parte, el lugar se escogió para comprobar si existían otras vetas de ese mineral a profundidades mayores, como así fue. El 24 de mayo de 1970 comenzó la perforación. Mientras, se construía en torno al pozo una especie de colonia industrial para los trabajadores e ingenieros, todo para mantener la perforación activa las 24 horas del día.
El objetivo inicial era ambicioso, alcanzar los 15.000 metros de profundidad. Paradójicamente, aunque pueda parecer una gran profundidad, no dejaba de ser poco menos de un 1% de la distancia al centro de la Tierra. Los primeros cuatro años, la perforación avanzó rápidamente y el pozo alcanzó los 7.263 metros. En dos años más ya se habían superado los 9.583 metros, la profundidad del pozo que era hasta esa fecha el más profundo, el Bertha Rogers, en Oklahoma.
Conceptualmente, perforar la tierra es fácil. Un taladro rotatorio es colocado dentro de un pozo y va destruyendo el fondo del agujero y así el pozo se va haciendo más y más profundo. Diferentes fluidos se hacen circular por el taladro con el fin de refrigerarlo. Cuando el taladro se gasta, se cambia. Aunque lo esencial era bien conocido, la perforación a grandes profundidades lo complicaba todo.
Hasta los 7.000 metros, los soviéticos pudieron emplear equipos estándar provenientes de la industria petrolífera y gasística. A partir de ese punto, al no existir ningún referente anterior de perforación a esas profundidades, se tuvieron que desarrollar nuevas técnicas y maquinaría, utilizando el método de prueba y error. Los soviéticos tuvieron que afrontar numerosas dificultades, aunque el principal problema que se encontraron fueron las altas temperaturas a las que tenía que trabajar la broca, lo que hizo que se tuvieran que idear sistemas de refrigeración y brocas capaces de trabajar a más de 300 grados.
Para continuar con la perforación, se tuvo que diseñar una nueva perforadora, la Uralmash 15000, especialmente ideada para la perforación a altas profundidades. Se trataba de una turbo perforadora (turbodrill, en inglés) , un invento perfeccionado por los soviéticos a finales de la década de 1940. A diferencia de las perforadoras tradicionales de rotación, en este sistema la columna de perforación se mantiene inmóvil y sólo gira la broca montada en el extremo inferior, reduciéndose así la tensión a la que es sometida toda la columna. Un mecanismo hidráulico hace girar la broca por la acción del lodo bentonítico a presión que circula a través de ella y que es bombeado desde la superficie.
Sin embargo, el sistema también tiene desventajas. La más importante es el desgaste que sufren las brocas, que giran a más revoluciones que en un sistema rotatorio. Este desgaste, unido a la menor calidad de los materiales que solían usar los soviéticos, hacía que el tiempo dedicado a la substitución de las brocas y otras tareas de mantenimiento redujera el tiempo efectivo de perforación y, en definitiva, fue uno de los factores principales que hizo que la mayoría de perforaciones soviéticas fueran mucho más lentas que las occidentales.
Otro problema que se encontraron los ingenieros de Kola, en este caso debido a la gran profundidad del pozo, fue el del propio peso de la columna de perforación. Pese a utilizarse aleaciones ligeras de aluminio, la columna, de 147mm de diámetro, junto con el lodo de perforación pesaba más de 200 toneladas. En el caso del pozo de Kola, se utilizaron tres tipos diferentes de aleaciones de aluminio, para la sección más profunda, una adecuada para las altas temperaturas, mientras que la de la parte superior otra que primaba la resistencia.
Otro avance que se empleó en la perforación del pozo fueron las brocas retráctiles. Un sistema que permite cambiar de broca ya sea para adecuarse a la dureza de la roca o cuando se desgastan, sin necesidad de extraer toda la columna de perforación. Lo cual permitía reducir substancialmente el tiempo necesario para este tipo de operaciones.
Los ingenieros de Kola también tuvieron que idear aparatos especiales para realizar mediciones físicas directamente en el fondo del agujero, antes de que las muestras de roca (los “cores”) fueran subidas a la superficie. De manera similar a como ocurre con los peces que viven a grandes profundidades, que cuando son subidos a la superficie tienden a explotar, cuando las muestras de roca eran sacadas a la superficie se deformaban debido a sus elevadas presiones internas.
Cuando ya se llevaba casi 13 años de trabajos, en 1983, la perforación alcanzó los 12.000 metros, pero los trabajos se detuvieron. Se aproximaba el Congreso Internacional de Geología, que ese año tocaba celebrar en Moscú. El congreso dedicó un monográfico al pozo de Kola, durante el que se hicieron públicos algunos de sus descubrimientos. La pausa duró todo el año y parece ser que contribuyó a la fatídica avería del 27 de setiembre de 1984. Ese día, durante la maniobra de retirada de la corona del taladro, este se atascó, presumiblemente, porque la columna de perforación quedó atrapada en una sección elíptica del agujero. Todos los intentos para resolver el atasco tratando de subir la columna resultaron inútiles.
Al final, la tensión a la que se vio sometida la tubería acabó provocando su rotura a los 7.000 metros de profundidad. La rotura ocurrió en una parte cavernosa (zonas en las que el diámetro del pozo es muy superior al diámetro nominal del taladro) del agujero y la parte superior de la columna se desvió. Los intentos para volver a conectar con la sección perdida de la tubería resultaron infructuosos. Se habían perdido 5 años de trabajo, 5.000 metros de tuberías habían quedado atrapados en el fondo del pozo.
Ante esta situación, se decidió que antes de continuar con la perforación era necesario hacer el agujero más ancho y colocar un “envoltorio”, una tubería exterior, para estabilizar las secciones cavernosas de la parte superior del pozo, que eran las más inestables. El diámetro del pozo se amplió hasta los 295mm de diámetro y se colocó una tubería exterior de 245mm hasta los 8.000 o 9.000 metros de profundidad. Durante la operación para hacer más ancho el pozo, a la profundidad de 7.000 metros, el taladro se desvió de su anterior trayectoria y se continuó perforando un nuevo pozo lateral de 295mm de diámetro. Una vez se acabó de colocar la tubería exterior, la perforación siguió con un diámetro de 215.9mm.
Se tardarían casi 5 años en llegar a la profundidad anterior a la rotura, pero en 1989 se llegó a los 12.262 metros. Durante ese año, se esperaba que el pozo pudiera alcanzar los 13.500 y en otros cuatro años más, los 15.000. Sin embargo, las temperaturas que se estaban encontrando durante la perforación eran muy diferentes de las esperadas. A diferencia de lo ocurrido durante los primeros 3 kilómetros de perforación, en los que la temperatura coincidía con las predicciones (apenas un grado de incremento por cada 100 metros), a partir de esa profundidad, el incremento de la temperatura empezó a ser mucho más rápido.
A los 10.000 la temperatura alcanzaba ya los 180 grados, mucho más de los 100 que se habían pronosticado. De seguir así la progresión, la temperatura a 15.000 metros de profundidad hubiera sido de unos 300, lo cual hubiera impedido al taladro trabajar. Con estos datos se consideró imposible continuar con la perforación y en 1992 se decidió detener los trabajos.
En otras perforaciones de alta profundidad también habían aparecido discrepancias entre temperaturas esperadas y encontradas. Este había sido el caso de una perforación llevada a cabo en Azerbaiyán, también por los soviéticos. Aunque, en ese otro caso, las divergencias se produjeron a la baja, a 7.500 metros de profundidad la temperatura era de 133, por debajo de los 150 previstos, aunque, en esa ocasión, los científicos achacaron las diferencias a la ausencia de actividad magmática en la zona.
Pese a todo, la perforación de Kola se podía considerar un éxito. Se había atravesado un tercio de la corteza continental báltica, que se supone que es de unos 35 kilómetros de grosor, y había permitido sacar a la luz piedras de 2.700 millones años de antigüedad. Los científicos habían llevado a cabo numerosos estudios geofísicos sobre la estructura profunda de la placa báltica, las discontinuidades sísmicas y el régimen termal de la corteza terrestre.
Pero uno de los descubrimientos más fascinantes fue el hecho de no encontrar cambio de velocidades sísmicas en la hipotética transición entre granito y basalto dentro de la corteza. Este hecho tiró por tierra la teoría del geofísico Harold Jeffreys, y que hasta la fecha era aceptada como hipótesis de trabajo por la mayoría de geólogos. Según la teoría del británico, el “salto” de velocidad de propagación sísmica dentro de la corteza se debía al paso del granito al mucho más denso basalto.
Sorprendentemente, a esa profundidad se encontró una capa de roca metamórfica, que se extendía entre los 5 y 10 kilómetros de profundidad. Era precisamente en el fondo de esta capa donde se producía el esperado cambio de velocidad de propagación. Además, las rocas de esta capa se encontraban muy fracturadas y saturadas de agua. Encontrar agua a esas profundidades también resultó del todo inesperado. Los geólogos creyeron que ese agua, a diferencia del agua superficial, debía provenir de minerales de las capas más profundas de la corteza, pero que le había resultado imposible llegar a la superficie por culpa de alguna capa de roca impermeable.
Otro descubrimiento inesperado fue la gran cantidad de hidrógeno, que contenían los lodos extraídos. Los lodos parecían hervir por el hidrógeno que se escapaba de ellos. También resultó sorprendente comprobar que la densidad de las rocas bajaba a grandes profundidades. Cerca de la superficie, la densidad tiende a crecer con la profundidad, pero a una profundidad de unos 4.500 metros se registró un repentino descenso de la densidad y un incremento de su porosidad y permeabilidad.
Según Yuri Yakolev, un geólogo que trabajó en Kola, no se esperaba encontrar pruebas de vida a grandes profundidades. Sin embargo, a medida que la broca iba penetrando a través de capas alternativas de rocas ígneas, se encontraron, aparte del agua, acumulaciones de gas y algunas sales de iodo y bromo. Incluso cuando se alcanzaron los 6.000 metros se encontraron fósiles microscópicos, entre los que se identificaron 24 especies distintas de plancton.
Sin quitar importancia a estos descubrimientos, resulta un tanto paradójico que pese a todo el esfuerzo y los años de perforación decicados, muy a menudo la mayoría de geólogos occidentales no usen ni hagan referencia a los datos y mediciones de Kola, sino que prefieren los del pozo alemán KTB, de sólo 9.121 metros. Tal vez, porque los resultados de Kola no fueron nunca presentados de manera sistemática a los científicos occidentales. Tal vez, porque la principal razón para la construcción del pozo no era ningún objetivo científico en particular, sino el triunfo de conseguirlo.
En la actualidad, el pozo es gestionado por una empresa estatal rusa, que mantiene operativo un laboratorio geológico profundo, a 8.578 metros de profundidad y 214 mm de diámetro. Su futuro no está del todo claro y parece ser que se ha barajado su destrucción.
PS: Parece ser que el pozo de Kola sirvió de inspiración para la leyenda urbana de “El Pozo al Infierno”. En 1989 la Trinity Broadcasting Network, una red de televisión americana de inspiración cristiana, se basó en informaciones aparecidas en periódicos finlandeses para informar de la existencia de una perforación en el Óblast de Murmansk (el mismo en el que se encuentra la península de Kola), tan profunda que durante su perforación habían llegado al mismísimo infierno.
Según la leyenda, los rusos habían perforado un agujero de 14.5km de profundidad antes de encontrarse con una cavidad. Intrigados por el extraño descubrimiento, decidieron bajar unos micrófonos muy resistentes al calor hasta la caverna. La temperatura allí abajo era de 1.100 grados y entre las llamas se podían escuchar voces humanas chillando.
Fotos originales (excepto la del sello y el taladro retráctil): Kola Institute, via wired.com
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+info:
- Pozo Superprofundo Kola en es.wikipedia.org
- Russians plan dramatic expansion of effort in Earth drilling in The New York Times
- Advanced drilling solutions By Yakov A. Gelfgat, Mikhail Y. Gelfgat, Yuri S. Lopatin in googlebooks
- Horizonte de Pilar Benejam en googlebooks
- Technology and Soviet Energy Availability (PDF) by Congress of the United States
- The World's Deepest Hole by Larry Gedney in Alaska Science Forum
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