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martes, 31 de marzo de 2009
sábado, 28 de marzo de 2009
Una tienda de Prada en mitad de ninguna parte
Encontrar una cabina en medio del desierto no es demasiado habitual, pero una tienda de la lujosa Prada, tal vez aún lo sea menos. Por extraño que pueda parecer, este es el caso de la tienda Prada situada a las afueras de Marfa, en medio del desierto de Texas. Una tienda con iluminación propia, aunque me temo que sin teléfono, no se puede tener todo.
Seguir leyendo “Una tienda de Prada en mitad de ninguna parte“ en Fronteras, un blog que no me cansaré de recomendar.
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martes, 24 de marzo de 2009
Una cabina en medio del desierto
¿Qué podía hacer una cabina telefónica en el medio de la nada? A 24 kilómetros de la carretera asfaltada más próxima, al lado de una sucia carretera que se pierde en el desierto de Mojave. Es un lugar en el que no hay nada y los “edificios” más cercanos son unas cuantas caravanas y chozas, a unos 8 kilómetros. Su rareza y soledad cautivaron a no pocos, a finales de los 90 cuando la cabina se convirtió en todo un fenómeno en internet y se puso de moda llamar a su número para ver si alguien contestaba.
El descubridor de la cabina fue un tal Mr. N. en 1997. Mr. N estaba un día mirando un mapa de carreteras de Mojave cuando descubrió un símbolo de teléfono. Mr. N se hizo la misma pregunta que luego se harían muchos: ¿Qué puede hacer una cabina en medio del desierto? ¿No será un error? Algo incrédulo, decidió desplazarse desde su casa en Los Angeles hasta aquel lugar y salir de dudas. Y en efecto, cuando llegó al lugar comprobó que allí, en medio de la nada, la cabina existía.
Según Mr. N la cabina no siempre había estado tan sola. Parece ser que en los 60 en las proximidades de la cabina había una mina y fue esa mina la que animó a la compañía telefónica a poner la cabina allí. En cualquier caso, para cuando Mr. N la descubrió, la mina ya no estaba y los mineros tampoco, pero la compañía de teléfonos de la zona, Pacific Bell, la mantenía operativa. Los escasos habitantes que vivían en la zona disponían de una cabina en la que rara vez había colas.
Mr. N envió una carta al fanzine Wig Out! para compartir su hallazgo y el principal logro de su viaje, el número de teléfono de la cabina, 619-733-9969 (posteriormente sería el 760-733-9969, al cambiar su código de área). La revista casualmente llegaría a manos de Godfrey Daniels en mayo de 1997 y quedó fascinado por la existencia de la cabina. Lo primero que hizo fue llamar al número, como era de esperar nadie cogió el teléfono. Aunque Daniels no desesperó y decidió seguir probando suerte. Llamaba cada día y grababa sus llamadas por si alguien contestaba.
Su insistencia tuvo premio y tras un mes de llamadas, el 20 de junio, obtuvo la señal de comunicando. La emoción se adueño de él y no dejó de pulsar el botón re-llamada en los instantes siguientes. A los 3 minutos el teléfono dio la señal de sonando y una mujer contestó, se llamaba Lorene Caffee. Lorene trabajaba en la mina de cenizas volcánicas que su familia había gestionado desde 1948, la mina estaba cerca de la cabina, y no tenía teléfono propio. Lorene explicó a Daniels que tampoco tenían electricidad y tenían que usar generadores, para ir a recoger el correo tenían que desplazarse más de 80 kilómetros. Pese a todas estas incomodidades, Lorene decía estar encantada de vivir allí.
La descripción que Lorene dio a Daniels de la zona, la cabina y su vida allí le convencieron, o casi, que la cabina existía, tan aislada y rara como él la había imaginado. Pero tras haber conseguido su primer logro, que alguien contestara al teléfono, la obsesión de Daniels por la cabina no decreció, sino que decidió visitarla. En la que sería la primera visita de varias visitas, comprobó que la cabina no tenía el mejor aspecto posible, los cristales ya no estaban, tal vez alguien los hubiera utilizado de blanco, como la parte metálica de su estructura que tenía unos cuantos agujeros de bala. El cajetín de las monedas hacía tiempo que había sido retirado, por lo que sólo era posible recibir llamadas o hacer llamadas de larga distancia con tarjeta de crédito. El cartel típico de todas las cabinas con la palabra “Phone” tampoco estaba y Daniels aprovecho para colocar en su lugar una placa metálica con la dirección de su web y la fecha de su visita “August’98” para no asustar a nadie dejó escrito “vinimos en son de paz con toda la humanidad”.
Tras esta primera visita Daniels se enamoró de la cabina y decidió crear una web, “The Mojave Phone Booth Site”, para compartir ese amor con el resto de la humanidad. En sub web Daniels explicaba la historia de la cabina perdida en el desierto y pedía a los visitantes que llamaran a su número. Posteriormente, también utilizó la web para organizar lo que Daniels llamaba “Mojave Phone Booth Party”, celebraciones en las que los fans de la cabina se daban cita en la cabina y se dedicaban a responder llamadas. En una de estas celebraciones, en julio de 1999, Daniels y el grupo de amigos que se reunieron contestaron en sólo 4 horas a 72 llamadas provenientes de todo Estados Unidos, Canadá o sitios más alejados como Alemania o Australia. La mayoría era gente que había visitado la página web de Daniels.
Godfrey Daniels, de 33 años en 1997, trabajaba de consultor informático y había encontrado en internet el medio ideal para compartir y documentar sus aventuras y obsesiones. Hacia unos años, había intentado crear su propio país llamado Oceania y presentarse a las elecciones de Arizona. Otra de sus rarezas era viajar siempre acompañado de un busto de Richard Wagner, que se puede ver en algunas de las fotos de su web. Pero esta vez su nueva aventura había rebasado todas sus expectativas y llegó a los periódicos, también fueron muchas las páginas web que se crearon haciendose eco de la existencia de la cabina o documentando viajes personales.
La cabina era visitada por sus fans, especialmente los fines de semana. Las probabilidades de obtener respuesta al llamar mejoraron con respecto al pasado. De hecho, muchos de los que llamaban se sorprendían de encontrar alguien al otro lado, cuando su única esperanza como mucho era despertar a los coyotes que pudieran merodear en sus alrededores. Para Daniels llamar era algo parecido a viajar, una manera de hacer suceder algo en un lugar lejos, una manera de escapar del aburrimiento, una evasión.
Al cabo de unos años, en abril del 2000, pasó lo inevitable, la excesiva popularidad hacía tiempo que se había convertido en la principal amenaza para la cabina y el mismo Daniels se empezó a aburrir un poco del tema. En cierta manera vio como la situación le superaba y sin quererlo, al intentar compartir la existencia de la cabina con gente parecida a él, había iniciado una avalancha de visitantes a la cabina, y había pasado a formar parte de la cultura maintream.
El final llegó sin avisar. Una madrugada Chuck Atkins, que supo de la cabina gracias a Steve, que la conocía gracias a Daniels, llamó a la cabina y comprobó que comunicaba. Chuck se preguntó quién podría estar a las 2 de la mañana hablando desde la cabina, aunque también podría ser que alguien hubiera dejado el auricular descolgado. La alternativa era mucho peor, era pensar que habían dado de baja el número, es decir quitado la cabina. Al comprobar que no dejaba de comunicar Chuck envió un mail a Steve, y aunque no se conocían en persona decidieron ir a la cabina y comprobar que pasaba empezó así la misión “Hang it up” (colgar).
Steve, de cuarenta y pocos, y Chuck, de treinta y tantos, aprovecharon el largo viaje desde Los Angeles hasta la cabina, 390km, para conocerse mejor. El último tramo del trayecto era especialmente propicio para perderse, pero decidieron seguir la mejor señal posible, los cables del tendido telefónico. Finalmente llegaron y al principio se tranquilizaron, la cabina estaba allí, no la habían quitado. Por un lado, tenían un sentimiento de haber perdido el tiempo, aunque no del todo, la misión original era colocar el auricular del teléfono en su posición correcta para así poder volver a casa, llamar y hacerlo sonar. Sin embargo, el teléfono no funcionaba. Después de mirar si había algún cable o alguna conexión floja, se dieron cuenta que no había nada que hacer, sólo llamar a la Pacific Bell para que la arreglaran.
Días más tarde Chuck, Daniels y muchos otros fans de la cabina se enterarían que en una decisión conjunta, la Pacific Bell y el Servicio Nacional de Parques habían decidido retirar la cabina. El motivo que esgrimían era que la enorme popularidad de la cabina había incrementado el tráfico de visitantes en la zona lo cual tenía un efecto muy pernicioso sobre el entorno.
Según el Servicio de Parques la zona se estaba degradando, los visitantes dejaban inscripciones y pintadas en las piedras de alrededor de la cabina, e incluso había habido algún conato de incendio forestal causado por alguno de los campistas que acudían a responder llamadas. No obstante, parece ser que la misma Pacific Bell fue reacia a quitar la cabina. Aunque Pacific Bell nunca dio cifras concretas del uso de la cabina, la compañía reconocía que el número de llamadas salientes era muy bajo, pero por otro lado la cabina se había convertido en una fuente gratuita de publicidad para la compañía. Prueba de esto último era que había vuelto a colocar los letreros de “Pacific Bell” con el logo de la compañía, los cuales hacía mucho tiempo que habían desaparecido.
Pese a los intentos de Daniels y los demás fans para que la cabina volviera a su lugar, lo único que consiguieron es que colocaran una placa para recordarla en su lugar, que más tarde el Servicio de Parques también quitó. Las intenciones de Daniels de comprarla y colocarla en algún lugar “secreto” para que la gente pudiera llamar, también fracasaron, según se cuenta la Pacific Bell después de retirar la cabina la destruyó.
La cabina había llegado a su fin después de 3 años en los que se convirtió en un imán para gentes peculiares y amantes de las curiosidades. De entre todos ellos, hay uno que tal vez destaque por encima del resto. Se trata de Rick Karr, un tejano de 51 años que dijo haber recibido instrucciones del Espíritu Santo para que viajara a la cabina y atendiera las llamadas que recibiera. Rick pasó 32 días acampado al lado de la cabina en los que respondió a unas 500 llamadas, varias de ellas de un mismo llamante que se identificaba como “Sargento Zeno del Pentágono”.
Aunque en 2006 la cabina ya había sido retirada, sirvió de inspiración para la película de cine independiente “Mojave Phone Booth”. La película cuenta la vida de cuatro viajeros ficticios, que visitan la cabina con la esperanza de que esta suene y el azar los ponga en contacto con un desconocido. La cabina también fue visitada por la agente Scully en un capítulo de Expediente X, aunque para entonces la cabina original ya había sido desmontada y tuvieron que grabar la escena en una réplica.
PS: La cabina, o donde estaba la cabina, en google earth. Impresiona lo sola que estaba. Muchas gracias a un lector anónimo por el link.
PS(ii): Parece que esto de poner cosas en el desierto, en medio de la nada, es una moda en USA. Me entero vía el blog amigo Fronteras, de la existencia de "Una tienda de Prada en mitad de ninguna parte". En este caso medio del desierto de Texas. Post más que interesante.
bonus track:
- La mujer que subió a un árbol para evitar su tala y no bajó en dos años , un tema que compartí con kurioso y él convirtió en un más que interesante post
- Una tienda de Prada en mitad de ninguna parte, en Fronteras
+info:
- The Mohave Phone Booth Project, oficial web site
- Phone Alone by James Hibberd in Phoenix New Times
- The Mojave Phone Booth by Kyle D. in Art of Hacking
- If a Phone Rings in the Desert in WiReD news
- Reaching Way Out in LA Times
- Mojave phone booth in en.wikipedia.org
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miércoles, 18 de marzo de 2009
La radio del pueblo, la radio de Hitler
Hitler y su ministro de propaganda, Goebbels, en seguida se dieron cuenta de las posibilidades que la radio ofrecía como arma de propaganda masiva. El primer paso fue controlar su programación, pero aun así había un problema, los receptores eran demasiado caros para la mayoría de la población. La solución fue la “radio del pueblo” un aparato simple y barato, además su escasa sensibilidad impedía sintonizar emisoras extranjeras. Alemania se convirtió en el país con más radios de Europa.
La Alemania nazi no tardaría en convertirse en el primer estado totalitario en usar la radio como medio de propaganda y adoctrinamiento. Si bien, en los años 30, la situación en Alemania no era muy diferente del resto de países europeos, en los que el medio estaba controlado por los gobiernos, el intervencionismo subiría de nivel con la creación de la Corporación de Radiodifusión del Reich, constituida en 1933 a partir de unas cuantas emisoras regionales semi-comerciales que fueron nacionalizadas. La creación de esta corporación vino acompañada de la prohibición de la publicidad y de la sustitución de la programación convencional por programas de alto contenido político más acordes con las consignas del partido.
Erich Scholz, un ambicioso funcionario del ministerio del interior con simpatías crecientes hacia el Nazismo, declaró que “la radio alemana sirve al pueblo alemán. Así que todo lo que degrada al pueblo alemán debe ser excluido de ella”. Alemania era todavía un país democrático, aunque la democracia tenía los días contados.
Con el monopolio de la radio bajo el control de su corporación, y la programación estrictamente censurada y de tono aún más nacionalista que el de los últimos días de la República Weimar, la radio podía convertirse en el medio más efectivo para extender la ideología nazi. El cine también era un medio válido, películas como por ejemplo la famosa “Triumph des Willens” (El triunfo de la voluntad) eran un buen medio de propaganda, pero costaba meses producirlas, mientras que la radio permitía una propaganda instantánea de la que además era a veces casi imposible escapar. Los discursos del Reich se retransmitían a través de su monopolio radiofónico, se podía considerar políticamente incorrecto y probablemente temerario apagar la radio durante esos discursos. Así que no había escapatoria a la sesión de lavado de cerebro.
El principal problema para convertir la radio en una herramienta de propaganda masiva era que los receptores eran demasiado caros. Esto había propiciado la aparición de clubes informales y asociaciones en los que sus miembros se reunían para escuchar un mismo aparato. Desde el principio estas asociaciones se convirtieron en objetivo de los nazis que habían comenzado a infiltrar a sus partidarios en ellas, incluso antes de 1933. Pero después del 1933, los nazis siguieron fomentado estos clubs, pues eran un lugar ideal para comprobar si su mensaje llegaba a la gente. Después de las emisiones se hacían debates en los que los nazis podían identificar a los que expresaban opiniones disidentes.
Sin embargo, la gente también quería escuchar la radio a solas en su casa. Para estos los nazis también idearon una solución: crear su propio aparato de radio, un receptor barato, la “radio del pueblo” la Volksempfanger. El diseño de los aparatos corrió a cargo de Otto Griessing. Los primeros receptores, los VE301 (el número 301 venía de 30 del 1, Enero, el día que Hitler llegó al poder en Alemania) fueron producidos en 1933 y se vendían por 76 marcos, más o menos la mitad de lo que costaba un aparato normal. Los VE301 eran aparatos simples con sólo dos bandas, pocos VE podían captar las emisiones de onda corta y tenían una sensibilidad bastante limitada, de manera que sólo pudieran captar las emisoras locales. Hubiera sido de poca utilidad para los nazis si los aparatos hubieran sido capaces de captar las emisoras británicas o soviéticas. En los diales, contrario a lo que era habitual en la época, sólo figuraban cadenas alemanas.
Una vez resuelto el problema de los aparatos, empezaron a re-estructurar la programación para asegurarse que los oyentes recibían información correcta política y culturalmente. Todos los discursos públicos de Hitler y del resto de líderes del partido eran emitidos. Había charlas sobre el nacional socialismo, algunas dirigidas al público en general y otras a grupos específicos, como por ejemplo las amas de casas o los obreros. Las emisiones de música extranjera se fueron reduciendo en favor de la música alemana, clásica o popular, hasta llegar a la prohibición de la música “negroide” y decadente, como el jazz, y también las obras de compositores judíos.
Pero la radio no sería sólo utilizada para ganar voluntades en el territorio alemán. Una de las demostraciones de su poder ocurrió a finales del 1934 en Saar, un pequeño territorio que después de la Primera Guerra Mundial había quedado bajo jurisdicción francesa y en el que a principios de 1935 tocaba celebrar un referéndum que permitiera a sus habitantes decidir si querían seguir como franceses, volver a ser alemanes u optar por la independencia. Aunque era bastante previsible que el resultado sería favorable para el partido, los nazis saturaron Saar y Alemania con programas, más de 1000 en 3 meses, en los que publicitaban las ventajas de volver a Alemania. La campaña fue un éxito, el resultado del plebiscito fue abrumadoramente a favor de la reincorporación a Alemania.
El éxito en Saar pareció convencer a los agitadores nazis que mediante el uso propagandístico de la radio se podía permitir conseguir cualquier objetivo político. Además este primer éxito les mostró el camino que seguirían años más tarde con Austria y Checoslovaquia, aunque en estos casos la radio no se limitó a convencer mediante el uso de propaganda positiva sino que usó una mezcla de propaganda y amenazas.
El gobierno de Hitler también mostró interés por la televisión. En 1935 anunciaron el primer servicio regular de televisión, “regular” porque emitía 3 días por semana con horario fijo. Inicialmente la mayoría de los aparatos de televisión estaban en sitios públicos, ya que no se vendían a particulares, y además costaban muy caros. Más tarde se pondrían a la venta al público general, aunque a un precio excesivamente elevado, 650 marcos. El estallido de la guerra paró la producción de estos aparatos, para entonces sólo había unos 600 hogares con televisión, aunque el servicio de emisiones regulares continuó hasta el 1944.
La radio, por el contrario, sí que fue todo un éxito, de hecho fue el “producto del pueblo” más exitoso. Comparado con el Volkswagen, que fue introducido un año antes de la guerra y del que se produjeron pocas unidades, entre 1933 y 1939 se fabricaron en torno a los 7 millones de aparatos de radio, un 40% de toda la producción alemana de radios. Alemania llegó a ser a finales de los 30, el país de Europa con más receptores de radio, el 70% de los hogares contaba con uno.
El precio fue siempre una barrera para el éxito de la radio, así que durante los años de su producción buscaron maneras para reducir su coste, por ejemplo, algunos modelos de la VE301 en vez de la madera original fueron montados con la carcasa de baquelita. También aparecieron nuevos modelos más baratos, como el DKE1938, introducido en 1938. El nuevo modelo era un aparato más pequeño y de sólo dos válvulas, una menos que la VE301, y su precio bajaba a sólo 35 marcos. Los nazis decidieron también subvencionar la producción de los aparatos de radio y ordenaron a los fabricantes, como Siemens o Telefunken, dar prioridad a su producción frente a los aparatos más caros.
Mientras que en circunstancias normales las radios se vendían en función de su diseño, precio y calidad de sonido, la más bien básica “radio del pueblo” era sólo un medio de propaganda. En un popular anuncio de la radio, podía verse una multitud desfilando al estilo de Núremberg en torno a una de estas radios, en el anuncio se leía el eslogan “Toda Alemania escucha al Fuhrer con la Volksempfanger”.
El diseño de la “radio del pueblo” tampoco escondía cuáles eran sus intenciones, todas las radios tenían un águila y una esvástica en la parte frontal. Los aparatos más grandes podían conectarse a altavoces para bombardear a las masas, los altavoces estaban presentes en casi todos los lugares públicos, como plazas o fábricas, y era prácticamente imposible no escuchar a Hitler los días de grandes discursos.
Al acercarse la guerra, los volúmenes de producción de la Volksempfanger se mantuvieron y su producción pasó a tener una prioridad aún mayor respecto a los receptores más potentes. Los nazis animaban a la gente a cambiar sus radios con onda corta por los mucho menos potentes Volksempfanger.
Cuando se iniciaron las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial en 1939, el papel propagandístico pasó a ser aún más crítico, más y más tiempo dedicado a la música patriótica y al anuncio de las victorias militares. A medida que avanzaba la guerra, el contenido político llegó a ser tan abrumador, que empezó a saturar a la audiencia, que harta empezó a dejar de escucharla. Goebbels, entonces, ordenó que al menos el 70% del tiempo de emisión fuera dedicado a música ligera.
El comienzo de la guerra también trajo la prohibición de escuchar emisoras del enemigo, que pasó a ser considerado un delito. A partir de entonces todas las radios vendidas llevaban una advertencia: “Piense en esto: escuchar emisiones extranjeras es un crimen contra la seguridad nacional y contra nuestro pueblo. Es una orden del Fuhrer castigada con prisión y trabajos forzados”. Las cosas empeorarían cuando la Gestapo recibió órdenes de ejecutar a cualquiera que fuera descubierto escuchando emisiones enemigas.
Las órdenes eran claras y los únicos autorizados para escuchar las radios extranjeras eran las SS y la Abwehr (inteligencia militar) por motivos militares y los miembros del Partido Nazi con permisos especiales para escuchar y renegar de la propaganda aliada. En la Polonia ocupada, la situación fue aún peor, escuchar cualquier radio fue prohibido para todos los ciudadanos no alemanes, más tarde esta prohibición se extendió a todos los países ocupados, acompañada de una incautación masiva de receptores.
Pese a los esfuerzos, algunos alemanes se arriesgaban y escuchaban la radio extranjera, especialmente aquellos que tenían radios más potentes de antes de la guerra. A medida que la guerra avanzaba, la radio nazi estaba cada vez más censurada y no daba ninguna noticia que pudiera dar la más mínima pista de que la guerra se estaba perdiendo, incluso en 1944 cuando los ataques aéreos aliados arrasaban Alemania. Pero incluso las más humildes Kleine Volksempfanger tenían más capacidad de amplificación de la que los nazis hubieran deseado. Todas ellas podían captar las emisiones de onda larga y muchos alemanes mejoraban su capacidad de recepción con antenas extras. Con lo cual podían escuchar las emisiones en inglés de la BBC o en ruso de Radio Moscú, especialmente cuando durante la guerra aumentaron la potencia con la que emitían. Más tarde los aliados también solucionaron el problema del idioma, con emisiones propagandísticas en alemán.
Sin embargo, ya sea por lealtad al régimen o miedo a ser descubierto muchos alemanes evitaron escuchar radios extranjeras. Siempre existía el riesgo que alguien informara a la Gestapo si se comentaba en público alguna noticia que se desviara de la línea oficial. Incluso en abril de 1945, cuando los aliados rodeaban Berlín y Hitler se escondía en su bunker, Radio Berlín, emitiendo desde las ruinas de la ciudad, informaba que Alemania estaba a punto de ganar la histórica batalla contra los Aliados, y el mismo Goebbels decía a la audiencia en tono desafiante que el curso de la guerra estaba girando a favor de Alemania el día del cumpleaños del Fuhrer, el 20 de Abril.
Incluso en los meses finales de la guerra, aún había alemanes que desconocían que Alemania la estaba perdiendo, algunos se enteraban cuando veían como los soldados aliados entraban en sus pueblos y ciudades. No fue hasta que Radio Berlín anunció la muerte de Hitler que los alemanes más fanatizados se convencieron definitivamente de la derrota. La Volksempfanger, en combinación con el resto de propaganda, había ayudado a mantener la visión cerrada y manipulada de la realidad hasta el final, engañando y atemorizando a millones de alemanes durante toda la guerra.
Al igual que el régimen nazi, la producción de la Volksempfanger murió con Hitler. Aunque en la Alemania arrasada de post-guerra hubo quien supo sacar partido de los montones de radios que los nazis habían fabricado. Ese fue el caso de Max Grundig, un ingeniero eléctrico sin dinero que decidió probar suerte arreglando y vendiendo radios “del pueblo”. La fabricación de nuevos aparatos estaba paralizada y, en cualquier caso, la población hubiera sido demasiado pobre para comprarlos. Dos años más tarde con la progresiva restauración de la industria no-militar alemana, el dinero que Grundig había conseguido hacer le permitió desarrollar su propia radio y su propia marca, Grundig.
PS: Al estallar la guerra, el Reino Unido también creó su “radio del pueblo”, la utility radio, que era fabricada usando componentes estándar siguiendo un diseño estándar promovido por el gobierno y aprobado por un consorcio de. Aunque a diferencia de la radio nazi, el objetivo de su diseño no era impedir que la gente escuchara radios extranjeras (aunque obviamente el gobierno tampoco promovía que se escucharan, jamás lo prohibió), sino economizar los componentes electrónicos, que eran escasos debido a la guerra, y hacer más fácil su reparación.
posts relacionados: - Aktion T4, el plan de Hitler para higienizar la raza
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+info: - Hitler´s Radio by Glenn Aylett in RadioMusications
- Electronic Media and Industrialized Nations by Donald R. Browne in googlebooks
- Volksempfanger in en.wikipedia.org
- The Third Reich by David Welch in googlebooks
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martes, 10 de marzo de 2009
El hombre que se hizo rico exportando hielo a La Habana y Calcuta
A la vuelta de un viaje al Caribe, Frederic Tudor, el que sería conocido como el “Rey del hielo”, pensó que podría hacer una fortuna exportando hielo de los lagos de Massachusetts a zonas más templadas. Su primer transporte en 1806 a Martinica despertó los recelos y chistes de sus contemporáneos, pocos creían que el hielo pudiera resistir un trayecto en barco tan largo y caluroso. Sin embargo, se equivocaron, y ese se convirtió en el primer envío de los muchos que haría la Tudor Ice Company, que con el tiempo llegaría a exportar hielo a sitios tan alejados como Calcuta o Rio de Janeiro.
El hábito de conservar hielo para el uso particular, estaba en boga entre las familias adineradas de Boston. El hielo se extraía en invierno de lagos o ríos próximos, y se almacenaba en pozos cubiertos. Era un producto caro, puesto que todo el proceso se hacía manualmente con hachas y sierras, y cada tonelada costaba cientos de dólares. Frederic y su hermano William pensaron en exportar esa práctica a ciudades con climas más cálidos, convencidos de que existía una demanda para el hielo entre las élites de esos lugares, si ellos conseguían hacerlo llegar.
Tudor estaba preocupado porque la competencia no le imitara rápidamente. Aunque la preocupación pronto se desvaneció debido a la poca credibilidad que despertó su “gran idea”. En cualquier caso Frederic había enviado a su hermano y su primo por delante para obtener de los diferentes gobiernos de las islas del Caribe el monopolio futuro del negocio del hielo.
El plan de los Tudor fue considerado peligroso, a los armadores de barcos les preocupaba la posibilidad que el hielo pudiera dañar el resto de la carga o incluso llegar a amenazar la integridad de las embarcaciones. La mayoría de barcos transportaban varios tipos de carga y el miedo a que el agua de hielo fundido estropeara el resto de mercancías era más que probable.
Decidido, Tudor solventó estos problemas comprando su propio barco, el “Favorite”, para llevar el primer cargamento de hielo a isla de Martinica. El día de su partida, el 10 de febrero de 1806, el periódico local, Boston Gazette, titulaba “Cargando hielo, no es un chiste. Un barco con una carga de 80 toneladas de hielo ha salido del puerto hacia Martinica. Esperemos que no sea una escurridiza especulación”.
Como era de esperar una parte considerable del hielo se fundió durante el viaje de tres semanas y 2.400 kilómetros hacia el sur, pero sorprendentemente una parte consiguió aguantar. Tudor vendió lo que quedaba en el barco con unas pérdidas de 4.500 dólares, la inversión inicial, incluyendo la compra del barco por 4.750 dólares, había sido de unos 10.000. Pese a todo, la aventura fue un éxito, permitió comprobar a Tudor que existía realmente un mercado para su hielo y el hecho que el barco sobreviviera eliminó los recelos entre los armadores.
El comercio de hielo encontró en Boston su puerto ideal porque era el puerto de entrada del algodón del sur para las hilaturas que rodeaban la ciudad. Puesto que el Sur no importaba nada de Boston, los barcos tenían que volver muchas veces de vacío, lastrados con piedras para garantizar su estabilidad. No es de extrañar entonces que los propietarios de barcos estuvieran dispuestos a transportar hielo a bajo precio, siempre sería mejor que nada. Esta situación no se daba en otros puertos como los de Nueva York o Philadelphia, que si que exportaban productos agrícolas, el suelo Boston, sin embargo, era mucho más pobre y no era apto para la producción a gran escala.
Pese a los comienzos prometedores, las cosas no siguieron tan bien para Tudor. La empresa empezó a tener pérdidas considerables al año siguiente, cuando tres de sus cargamentos para la Habana se perdieron. Tudor, nacido en 1779, había crecido en una familia acomodada, hijo de un abogado de Boston. A la edad de 13 años decidió dejar la escuela, desdeñando la posibilidad de estudiar en Harvard por entrar en el mundo de los negocios. Sin embargo, la situación económica de la familia había empeorado y tras varias inversiones inmobiliarias fallidas, ahora era un tanto desesperada, lo cual ponía aún más presión a Frederic para obtener el éxito con su negocio. Aunque había cerrado su primera temporada con ganancias en 1810, con unas ventas totales de 7.400 dólares, sus deudas habían superado con creces sus ingresos y tuvo que pasar varias temporadas de 1812 y 1813 en prisión por ellas (Debtor´s prison). Tras estas estancias en prisión, Frederic se obsesionó un tanto con la riqueza y escribió en su diario: “Un hombre sin dinero es como un cuerpo sin alma”.
Sin embargo, cada nuevo envío se convertía en una nueva oportunidad para aprender cosas nuevas e idear nuevas mejoras técnicas en el transporte y conservación del hielo. Después de la recogida del hielo, Tudor guardaba el hielo en almacenes con las paredes de madera. Las paredes de estos almacenes eran huecas para proporcionar un mayor aislamiento. El primer aislante que se usó fue heno, pero más tarde se descubrió que el serrín era mejor. Tudor utilizó la misma idea para aislar las bodegas de sus barcos, y en los puertos de destino, donde era posible, construía un almacén similar.
En 1815 Tudor consiguió otro préstamo de 2.100 dólares para comprar hielo y financiar la construcción de un nuevo almacén de hielo en La Habana con capacidad para 150 toneladas de hielo y capaz de conservar el hielo durante meses. Tudor llevó a cabo numerosas pruebas y mediciones para comprobar la eficiencia del almacén para poder minimizar el hielo que se fundía. La mayoría de las ventas iban a los bares y cafés, que ofrecían dos novedades: helados y bebidas frescas, en 6 meses las ventas ascendieron a 6.500 dólares.
Al año siguiente, 1816, los envíos a Cuba eran cada vez más eficientes, así que Tudor tuvo otra idea de rentabilizar el viaje de vuelta haciendo que los barcos volvieran cargados de fruta cubana a Nueva York. Tudor había investigado el efecto del frío en la conservación de fruta y tras un par de experimentos decidió probarlo con todo un cargamento de fruta. En agosto de ese año, pidió un préstamo de 3.000 dólares (al 40% de interés) para comprar un carga de limas, naranjas, bananas y peras. Para que las frutas se conservaran decidió utilizar 15 toneladas de hielo y 3 de heno.
El experimento acabó en desastre, casi toda la fruta se pudrió durante el viaje de un mes y, una vez más, Tudor volvía a estar endeudado. Parecía que la fortuna jugaba con él con una alternancia de éxitos y fracasos. Después de una buena temporada Tudor no podía evitar arriesgar más. Pero cuando la seguía una mala, acababa en la peor de las situaciones que hubiera estado nunca. Tudor siempre fue un hombre valiente, que aseguraba unos riesgos tomando otros, no era el único emprendedor que actuaba así, pero a veces pecaba de precipitación en sus decisiones.
Ante este revés, Tudor no se rindió y buscó nuevos mercados en tres ciudades del sur de Estados Unidos (Charleston, Savannah y Nueva Orleans). En un principio, Tudor no había querido entrar en el mercado americano, pues temía que el hielo no sería un producto de interés en los puertos del sur. Pero estaba equivocado, sus primeros envíos a Charleston y Savannah demostraron que su producto tenía gran aceptación. Tudor usaba una estrategia de marketing que todavía es común hoy en día, construía su clientela dando primero su producto gratis, esperando que los que lo recibían se engancharan y volvieran como compradores dispuestos a pagar por él.
Tudor, mientras, seguía mejorando su técnica, experimentando con diferentes tipos de aislante. El hielo se empaquetaba en los barcos con virutas de madera, serrín o paja de arroz para protegerlo del calor. Además los bloques se encajaban unos con otros como si fueran ladrillos en una pared.
En 1825 las ventas de hielo iban bien, pero el proceso de extraer y cortar el hielo de los estanques helados seguía siendo demasiado manual y laborioso, lo cual limitaba el crecimiento de la compañía. Sin embargo, la invención de uno de sus proveedores, Nathaniel Wyeth, permitió a Tudor más que triplicar su producción. El nuevo método de Nathaniel consistía en “arar” el hielo con dos caballos, que en vez de un arado tiraban de unas cuchillas metálicas. Las chuchillas marcaban surcos paralelos de 10 centímetros de profundidad sobre la superficie del hielo. Después los trabajadores hacían agujeros en el hielo por los que introducían sierras con las que cortaban los bloques de hielo a su tamaño final de unos 60x60 centímetros.
Se puede decir que este nuevo método trajo la producción en masa a la industria del agua congelada. El hielo cortado con el nuevo sistema no sólo tenía una apariencia más limpia, que hacía que fuera más fácil de vender, sino que además aguantaba más que el cortado a mano. Sin embargo, esta invención no sólo trajo ventajas para Tudor. La nueva invención redujo la barrera de entrada en el negocio de la venta de hielo, por lo que el número de competidores se multiplicó. Todos ellos compitiendo por los lagos y estanques helados de Massachusetts, especialmente los más cercanos a Boston.
A principio de la década del 1830, Tudor estaba ya cansado de luchar contra los competidores. Así que decidió diversificar su negocio y empezó a especular en el mercado de futuros del café, comprando grandes cantidades de café con la esperanza que los precios subieran después. La subida inicial de los precios del café convirtió a Tudor en un hombre rico, ganó millones. Así que decidió apartarse del negocio del hielo, dejándolo en manos de sus subordinados, hasta que en 1833 la propuesta de otro colega de Boston, Samuel Austin, le volvió a despertar el entusiasmo. Austin pretendía llevar el hielo a India, más de 25.000 kilómetros de distancia y a 4 meses de viaje desde Massachusetts.
Meses más tarde, el 12 de mayo del 1833 el Tuscany partió de Boston a Calcuta cargado con 180 toneladas de hielo. Mientras el barco aún estaba en ruta Tudor, de 49 años de edad entonces, conoció y se enamoró de Euphemia, de sólo 19. Por fin, parecía que las cosas le iban bien a Frederic. Boda a la vista, éxito como especulador del café y además convencido de la buena acogida que su hielo tendría en la India.
Cuando el Tuscany llegó al delta del Ganges en septiembre, muchos creían que sólo era una broma, pocos esperaban que el hielo hubiera resistido, pero se sorprendieron al ver que aún había 100 toneladas. En los próximos 20 años, Calcuta se convirtió en el destino más lucrativo para Tudor, proporcionándole unos 220.000 dólares de beneficios.
La alegría duraría poco. En 1834 la hasta la fecha provechosa actividad especulativa de Tudor con el café empezó a reportar pérdidas millonarias, dejándole con una deuda de un cuarto de millón de dólares. Sin otra opción, Tudor decidió volver a centrarse en el comercio del hielo y expandir su negocio al área que va de Nueva York a Maine, aprovechando que el nuevo ferrocarril permitía el transporte del hielo de manera mucho más eficiente que los carros del pasado. Para la década del 1840, Tudor ya vendía hielo por todo el mundo, y pese a que Tudor era ya sólo uno más en la industria, los beneficios que obtuvo le permitieron pagar las deudas y volver a vivir de manera acomodada.
La llegada de tantos competidores hizo que los diferentes proveedores empezaran a buscar maneras de diferenciar su producto del de la competencia. Factores como la pureza o el sabor empezaron a entrar en juego, tal como pasa hoy con el agua mineral. Los consumidores empezaron a preferir una marca respecto a las demás. Algunos preferían hielo de un lago en concreto, creyendo que tal vez era el más puro. Aunque era habitual que muchas veces sólo una parte del hielo que se vendía bajo una procedencia proviniera de ella.
El negocio crecía pero las ciudades también, y con su crecimiento y el de la industria empezaron a contaminarse algunos de los ríos y lagos que antes proveían de hielo. Las autoridades sanitarias empezaron a preocuparse por la calidad del agua, aunque no se tiene constancia de ningún incidente importante.
Para cuando la carrera de Frederic Tudor se acercaba a su fin, la industria del hielo ya había transformado Estados Unidos, muestra de ellos era que 2 de cada 3 hogares en Boston recibían hielo a diario o que en 1880 la ciudad de Nueva York cosumía casi un millón de toneladas de hielo anuales. La industria había mejorado la posibilidad de conservación de los alimentos y desarrollado el sector de los alimentos frescos. Incluso el desarrollo de la refrigeración en la segunda mitad del siglo XIX no pudo frenar el negocio de agua congelada, por que las máquinas de hacer hielo no podían producirlo de manera tan rápida y barata como lo hacía la naturaleza. La única dificultad que tuvo que hacer frente la industria eran los años templados, la “cosecha” se resentía.
Frederic Tudor murió el 6 de febrero de 1864, sin alejarse jamás de de la máxima que escribió en la primera página de su primer diario el 1 de agosto en 1805, justo antes de empezar su aventura: “He who gives back at the first repulse and without striking the second blow, despairs of success, has never been, is not, and never will be a hero in war, love or business” (traducción libre: “Aquel que ante la primera dificultad, sin intentarlo otra vez, pierde la esperanza de triunfar. No ha sido, no es y nunca será un héroe en la guerra, el amor o los negocios”. Llevó la contraria a todo el mundo, pero al final demostró que todos estaban equivocados y se hizo rico.
La industria del hielo natural aguantaría unos años más, aunque empezaría a perder fuelle a principios del siglo XX. Por un lado la contaminación de ríos y estanques, y por otro los clientes se empezaron a cansar de su engorroso e incómodo sistema de reparto. Finalmente, sería la aparición del frigorífico eléctrico la que propinó el golpe definitivo a la industria, su hielo era más barato y por supuesto más cómodo, el hielo natural no podía competir.
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martes, 3 de marzo de 2009
El mensaje de la Pioneer para los extraterrestres
Aprovechando que la sonda Pioneer 10 y 11, lanzadas a principios de los 70, tendrían el honor de ser los primeros objetos construidos por el hombre que salieran del Sistema Solar, a un periodista se le ocurrió la idea enviar con ellas una especie de “mensaje en una botella” interestelar dirigido a la posible civilización extraterrestre que las pudiera interceptar. Carl Sagan lideró el proyecto que tenía que decidir que poner en ese mensaje y lo no menos difícil: como ponerlo. ¿De encontrarlo los extraterrestres serían capaces de entenderlo?
La idea de enviar un mensaje de la humanidad a una posible inteligencia extraterrestre en la Pioneer 10 fue de Eric Burgess, un periodista que cubría el programa espacial. Burgess posteriormente comentó su idea a Carl Sagan con el que habló después de una conferencia sobre inteligencias extraterrestres en Crimea. La idea entusiasmó a Sagan y la NASA accedió a que diseñaran una placa que se colocaría en la sonda, aunque les concedió sólo tres semanas para preparar su contenido.
Pese a las prisas, la placa llegó a tiempo y fue colocada en la sonda. En su confección Sagan y Burgess contaron con la ayuda del doctor Frank Drake y Richard C. Hoagland. Entre todos diseñaron la placa y los pictogramas fueron preparados por la entonces esposa de Sagan, Linda Salzman Sagan. El mensaje se grabó en una placa de aluminio anodizado, de 229mm x 152mm de tamaño y un grosor de 1.27mm. La placa pesaba unos 120 gramos. Los procesos erosivos en el entorno interestelar eran desconocidos, aunque se creían que serían menos agresivos que los que ocurren en el Sistema Solar, por lo que según Carl Sagan la Pioneer 10, la placa y el mensaje grabado sobrevivirían a cualquier otra obra del hombre en la Tierra.
Los autores reconocían que cualquier mensaje de este tipo estaría en mayor o menor medida influido por las limitaciones perceptuales y los procesos lógicos de los seres humanos. Aunque creían que una civilización avanzada sería capaz de entenderlo, para ello era básico entender el papel que jugaba el hidrógeno, el elemento más abundante de la galaxia, en la placa. En la parte superior izquierda se encuentra una representación de su transición hiperfina. Debajo de esta representación hay una pequeña línea vertical para representar el dígito binario 1. Esta inversión en la dirección del electrón de spin en un átomo de hidrógeno provoca una onda de radio que permite especificar una unidad de longitud (su longitud de onda, 21cm) además de una unidad de tiempo (su frecuencia, 1420Mhz). Ambas unidades sirven de medida de referencia a los demás símbolos.
En el lado derecho de la placa aparecen la figura de un hombre y una mujer delante de la representación de la nave. Entre las marcas que indican la altura de la mujer se puede ver la representación binaria del número 8 (1000, con un pequeño defecto en el primer cero). En unidades de la longitud de onda de la transición hiperfina del hidrógeno, es decir, 8 x 21 cm = 168 cm. Detrás de las figuras humanas, se puede ver una silueta de la Pioneer en la misma escala. La inteligencia extraterrestre podría deducir la altura de los humanos midiendo la sonda espacial.
El hombre de la figura está levantado su mano derecha como signo de buenos deseos. Aunque este gesto puede ser que no se entienda, permite mostrar el pulgar y como se pueden mover las piernas, no es la única imagen de la placa que sirve para al menos dos propósitos. Inicialmente Sagan dibujó a las dos figuras cogidas de la mano, pero en seguida se dio cuenta que los extraterrestres podrían entender que la figura representaba una única criatura y no dos. En cualquier caso, los autores reconocían que si la civilización interceptora no había tenido ningún contacto previo con organismos similares al ser humano, muchas de las características de las figuras les podían parecer profundamente misteriosas. Las dos figuras humanas parecen corresponder a personas de raza blanca y occidentales, aunque se intentó que ambas figuras fueran lo más neutro posible en cuanto a cuestiones raciales.
Los genitales de la mujer son mucho menos detallados que los del hombre. Hay una cierta controversia sobre si en la propuesta inicial no era así. Según algunos, sería el propio Sagan el que decidió eliminar los detalles para evitarse trabas, pero según otros, el diseño original de Sagan sí que era más minucioso pero habrían sido los responsables de la NASA los que habrían pedido su simplificación como condición para dar su aprobación. Según escribió el mismo Sagan, por un lado, pesó en esta decisión el intento de imitar la representación clásica griega del cuerpo de la mujer, y efectivamente, la intención de agilizar todo el proceso y evitar posibles problemas con la dirección de la NASA, aunque jamás tuvieron ningún problema de puritanismo con ellos.
A la izquierda de la placa muestra un haz de 15 líneas que radian de un mismo punto. Ese punto es el planeta Tierra, las líneas indican la dirección de los púlsares más significativos cercanos al sistema solar. Las líneas son en realidad números binarios (de 10 dígitos en decimal), que representan los períodos de estos púlsares, usando otra vez la frecuencia de la transición del hidrógeno como unidad. Puesto que estos períodos cambian a lo largo del tiempo, se puede calcular la época astronómica del lanzamiento. Además, las longitudes de las líneas muestran las distancias relativas de los púlsares al Sol. Una marca al final de cada línea da la coordenada Z perpendicular al plano galáctico.
En función del lugar en el que se encontrara la placa, puede ser que sólo alguno de estos pulsares fueran visibles. Sin embargo, al indicar la posición de manera redundante con 14 púlsares, la localización del origen puede ser triangulada incluso si sólo se reconoce a alguno de ellos. El púlsar número quince de la placa se extiende hasta el extremo derecho, detrás de las figuras humanas. Esta línea indica la posición del Sol relativa al centro de la galaxia.
En la parte inferior de la placa hay un esquema del Sistema Solar. Un pequeña figura de la nave sirve para mostrar su trayectoria hasta Júpiter y de allí hacia el exterior del sistema solar. En este esquema se pueden observar los anillos de Saturno, los cuales podrían proporcionar a los extraterrestres una valiosa pista para identificar el Sistema Solar. Los anillos de Júpiter, Urano y Neptuno eran desconocidos cuando se diseñó la placa y Plutón era todavía considerado un planeta. Los números binarios al lado de los planetas muestran su distancia relativa al Sol. La unidad que se usó era un décimo de la órbita de Mercurio.
La primera placa se lanzó con la Pioneer 10 el 2 de marzo de 1972, y la segunda con la Pioneer 11 el 5 de abril del año siguiente. Las placas de ambas sondas son idénticas, sin embargo después del lanzamiento la Pioneer 11 fue redirigida hacia Saturno y de allí hacía hacia fuera del sistema solar. Este hecho hace que la placa sea imprecisa, al indicar para las dos sondas la misma trayectoria.
Obviamente, el diseño de la placa generó polémica y críticas. Muchos creían que su mensaje era demasiado antropocéntrico y demasiado difícil de descifrar. Aunque el mensaje fue diseñado para codificar el máximo de información posible en el mínimo espacio, más que para ser legible fácilmente, muy pocos de los científicos a los que se les enseñó la placa fueron capaces de decodificarla en su totalidad. Irónicamente, una de las partes del diagrama más fáciles de entender para los humanos podría ser de las más difíciles para los extraterrestres: la flecha que muestra la trayectoria de la Pioneer. Según un artículo de la Scientific American, las flechas son un artefacto de las sociedades de cazadores-recolectores, los extraterrestres podrían ser incapaces de encontrar un sentido a ese símbolo.
Según el astrónomo Frank Drake, hubo muchas reacciones negativas porque la placa mostraba a los humanos desnudos. Algunos periódicos recibieron cartas de contribuyentes enfadados porque su gobierno malgastara el dinero en enviar “obscenidades” al espacio. Pero no fueron los únicos, algunas feministas encontraron la postura de la mujer demasiado servil, otros se quejaron del aspecto caucásico de las figuras.
Pese a sus esfuerzos, los promotores del envío del mensaje eran conscientes que las posibilidades que la sonda llegara hasta el sistema planetario de alguna civilización avanzada eran casi despreciables, pero quizás esa civilización, mucho más avanzada que la humana, sí que tuviera los medios para detectar la sonda en su viaje interestelar. En cualquier caso la intercepción sería en futuro muy lejano, por lo que no veían ningún peligro en indicar la posición de la Tierra, aún en el remoto caso que esa civilización fuera hostil.
Según lo planeado, tanto la Pioneer 10 como la 11 cumplieron su misión. La primera pasó por Júpiter tras cruzar el Cinturón de asteroides en 1973 y proporcionó las mejores imágenes de las que se dispone hasta la fecha de la atmósfera del planeta. Siguiendo luego su camino hacia el exterior del sistema solar, atravesando lugares por los que no había pasado nada hecho por el hombre antes. En 1983 abandonó el Sistema Solar. Pese a que su misión acabó formalmente en 1997, la sonda siguió en contacto con la Tierra. La última recepción con éxito de su señal se captó el 27 de abril del 2002. La pérdida de contacto fue probablemente debida a la combinación del incremento de la distancia y al lento debilitamiento de la fuente de energía de la sonda, pero no a un fallo técnico.
La última señal, ya casi indetectable, que se captó fue el 23 de enero de 2003, cuando ya estaba a 12.000 millones de kilómetros de distancia, a esa distancia las emisiones tardaban casi 10 horas en llegar a la Tierra. El 7 de febrero siguiente ya no se pudo contactar con la Pioneer 10 y el último intento, también sin éxito, se llevó a cabo el 4 de marzo del 2006, la última vez que la antena estaría correctamente alineada con la Tierra. En la actualidad se supone que la sonda sigue su camino a la estrella Aldebarán, en la constelación de Tauro, a la que con suerte llegará dentro de 1.690.000 años.
La Pioneer 11 fue lanzada el 5 de abril de 1973 y llegó a Saturno el 1 de septiembre, tomando las primeras fotografías a corta distancia del planeta, allí descubrió dos nuevos satélites y también dos nuevos anillos. Desde allí prosiguió su viaje hacia el exterior del Sistema Solar, estudiando las partículas energéticas del viento solar. Al igual que la Pioneer 10 y el resto de sondas Pioneer, la 11 obtenía su energía de una fuente de isótopos radiactivos. La pérdida de eficacia de esos generadores determinó el final de su misión a finales del 1995, cuando se encontraba a 6.500 millones de kilómetros de distancia de la Tierra. El movimiento de la Tierra hizo que la antena de la sonda perdiera su correcto alineamiento con ella y puesto que la antena no se puede redirigir resulta imposible con la tecnología actual establecer ningún tipo de comunicación con ella.
Sin conexión con la tierra la Pioneer 11 sigue su camino en silencio hacia la constelación de Aquila a la que se espera que llegue dentro de unos 4 millones de años. Como su compañera la Pioneer 10 sigue buscando alguna civilización a la que entregar su “mensaje en una botella” y que, a poder ser, sea capaz de entenderlo, siempre y cuando no sea hostil.
PS: ¿Habríais entendido vosotros el mensaje de la placa?
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+info:
- Placa de la Pioneer en es.wikipedia.org
- Pioneer plaque in en.wikipedia.org
- Pioneer 10 en la es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- Pioneer 11 en la es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- A Message from Earth by Carl Sagan, Linda Salzman and Frank Drake
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